Cosmogonías y teogonías

Los antiguos, en su inmensa sabiduría, no creían en teorías mecanicistas como las del Big Bang. Creían en la inmensa poesía de la creación, y de la creación y del origen de los dioses dejaron fiel testimonio en venerables textos que atesora…

Los antiguos, en su inmensa sabiduría, no creían en teorías mecanicistas como las del Big Bang. Creían en la inmensa poesía de la creación, y de la creación y del origen de los dioses dejaron fiel testimonio en venerables textos que atesora la humanidad. De eso trata el “Enuma elish” (“Cuando en lo alto”), uno de los más viejos e interesantes. Es el poema babilónico de la Creación que Federico Lara Peinado prefiere llamar “poema de la exaltación de Marduk, por cuanto la exaltación de este dios es el verdadero tema y la creación propiamente dicha apenas constituye un episodio al comienzo del relato”. Es un poco la historia de una lucha que no termina nunca entre el orden y el caos, el bien y el mal, el origen de todo.

Para entender el poema es necesario aclarar algunos conceptos:
La historia comienza como tenía que comenzar, en el principio de los tiempos, “el caos original”. En ese estadio, “No ser nombrado equivale a no existir.” Reinaba una pareja de dioses, el dios Apsu, y la diosa Tiamat.

Según explica Federico Lara Peynado, “Apsu fue el principio cósmico, […] formado por las aguas dulces sobre las que flotaba la tierra. De ellas surgieron los ríos, lagos y fuentes. Fue un elemento considerado masculino”.

Por otro lado, “Tiamat, segundo principio cósmico, era la personificación del mar salado y amargo y, según el poema, la madre de la totalidad de los dioses”.

La mezcla de agua dulce y salada es la que da origen a los demás dioses, equivale a una fecundación, un ayuntamiento sexual. Lara Peynado entiende que “El desagüe del Éufrates y del Tigris en el mar (mezcla de aguas dulces y saladas) posibilitó la creencia de la unión de Apsu con Tiamat”. Es decir, los dioses fueron procreados en un medio necesariamente acuoso, entre juncales y cañas.

A causa de un conflicto habitual entre dioses, “Ea se enfrenta a Apsu al que finalmente mata. Aprovecha entonces la situación para instalarse con su esposa en la residencia de Apsu: allí nacerá Marduk.” Apsu, al parecer, remite tanto al nombre del dios como a su lugar de residencia.

He aquí un fragmento del “Enuma elish”: “Cuando en lo alto el cielo aún no había sido nombrado, y, abajo, la tierra firme no había sido mencionada con un nombre, solo Apsu, el antiguo, su creador, y la madre Tiamat, la generatriz de todos, mezclaban juntos sus aguas: aún no se habían aglomerado los juncares, ni las cañas habían sido vistas.

“Cuando los dioses aún no habían aparecido, ni habían sido llamados con un nombre, ni fijado ningún destino, los dioses fueron procreados dentro de ellos.
“Lakhmu y Lakhamu aparecieron y fueron llamados con un nombre. Antes de que se hicieran grandes y fuertes, fueron producidos Anshar y Kishar, superiores a aquellos. Tras prolongar sus días, multiplicados sus años, Anu fue su hijo, igual a sus padres; […]

“En el Santuario de los Destinos, en esta Capilla de las Suertes, fue procreado el más inteligente, el sabio de los dioses, el Señor. En el corazón de apsu nació Marduk. En el corazón del santo apsu nació Marduk. El que lo engendró fue Ea, su padre; la que le dio a luz fue Damkina, su madre. Mamó únicamente pechos divinos: la nodriza que le crió le llenó de una vitalidad formidable. Su naturaleza era desbordante, su mirada fulgurante, su porte era señorial, vigoroso desde siempre. […]

“Él preparó sus moradas para los grandes dioses y dispuso en constelaciones las estrellas que son sus imágenes. Determinó el año, delimitando sus secciones; estableció tres estrellas para cada uno de los doce meses. Después de determinar así la duración del año, fijó la estación de Nebiru para definir la cohesión de los astros, y a fin de que ninguno cometa falta o negligencia en su recorrido junto a ella estableció las estaciones de Enlil y de Ea.

“Y abriendo grandes puertas a los dos lados del cielo, puso sólidos cerrojos a la izquierda y a la derecha: en el hígado de Tiamat colocó las regiones superiores del cielo. Hizo brillar a Nanna, a quien confió la noche, y le asignó ser la joya nocturna para determinar los días:

‘“Cada mes, sin cesar, ponte en marcha con tu disco; al principio del mes ilumina sobre la tierra, luego guarda tus cuernos brillantes para determinar los seis primeros días”’…
(“Enuma elish”, introducción,
traducción y notas de Federico Lara Peinado).

En otro conflicto, que no se describe en el fragmento anterior, Marduk mata a Tiamat, divide su cuerpo en dos y con ambas partes forma cielo y tierra, luna, sol, montañas, ríos, se convierte en definitiva en dios de todos los dioses, crea Babilonia y en Babilonia su santuario.

Para impresionar a sus colegas, mezcla sangre condensada con lodo o arcilla y crea a los bípedos parlantes que llamamos seres humanos con aviesa intención de traspasar a ellos “las fatigas de los dioses” para que estos puedan dedicarse al ocio.

Interesante es, finalmente, destacar la opinión de Lara Peynado en relación a un tema generalmente urticante: el posible parentesco entre la cosmogonía mesopotámica y la cosmogonía bíblica:

“Diferentes especialistas han tratado los paralelos -y también las diferencias- que pueden observarse entre el Enuma elish y el primer capítulo del Génesis. La mayoría conviene en que el enfoque bíblico de la Creación dista mucho de los relatos mesopotámicos que sobre tal temática nos han llegado, por mucho que hayan recibido influencias argumentales y aun ideológicas de los textos cuneiformes. En la Biblia, a diferencia de lo que ocurre en el Enuma elish, el ser divino no surge del caos primigenio, sino que él es quien lo clarifica y estructura conforme a un determinado plan. Y tampoco hay indicios de teogonías: Elohim preexiste a todo, está por encima del caos y no proviene de principios primarios eternos. Por lo demás, es evidente que en algunos pasajes de la narración bíblica se reconocen indiscutibles influencias mesopotámicas, lo que hace pensar en la serie de tradiciones que, sobre el origen del mundo y del hombre, existían en el Próximo Oriente y que el autor bíblico, indudablemente, hubo de conocer”.

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