El cuaderno de bitácora de un gran salto

Para Alejandro Grullón Espaillat, con afecto. Siempre imaginé que hacer un vívido retrato (en apenas un puñado de páginas) de la gran zancada de progreso realizada por nuestro país en los últimos 50 años –con verbo…

Para Alejandro Grullón Espaillat, con afecto.

Siempre imaginé que hacer un vívido retrato (en apenas un puñado de páginas) de la gran zancada de progreso realizada por nuestro país en los últimos 50 años –con verbo preciso y el más escrupuloso empleo de la información– constituiría no menos que una gesta del discernimiento, de la honradez y del poder de síntesis. Sin ir más lejos, el libro de Frank Moya Pons titulado ‘El Gran Cambio. La Transformación Social y Económica de la República Dominicana 1963-2013’ nos prueba que tan ardua empresa era posible, además de notoriamente oportuna.

A contrapelo del desánimo y la incredulidad, Frank descorre el telón de un escenario donde las acciones, los signos y los ademanes del cambio y la transformación se muestran de modo inteligible y patente. Van de la mano, en esa travesía de medio siglo, el enfoque prolijo del historiador y el rigor del demógrafo y el estadígrafo, la ojeada ancha del economista y la comprensiva intelección del sociólogo y el etnólogo.

La configuración del libro (que parece ideado a la manera de un vigoroso ‘crescendo’ coral) nos permite circular, sin rodeos ni brebajes ideológicos, en torno a las razones y las peripecias históricas, económicas, sociales y políticas que hicieron viable la gran transformación capitalista de la sociedad dominicana durante los últimos 50 años. Digamos, a modo de síntesis, que este intenso reportaje (matizado con admirables y persuasivas imágenes fotográficas) compendia y articula los numerosos vectores que coadyuvaron para hacer sesenta veces más grande el tamaño de nuestra economía, en un período en el que la población apenas se triplicaba.

La obra de Moya Pons nos demuestra, con cifras y observaciones indiscutibles, que constituimos ahora una sociedad más próspera, diversificada y radicalmente distinta de aquella en la que vivieron nuestros padres o abuelos. Son otros los recursos materiales, las preferencias, las usanzas, las creencias.

De tan sólo 3,000 estudiantes en los años ‘60, la matrícula universitaria nacional de hoy supera los 400,000 alumnos. Decenas de miles de profesionales y técnicos han culminado, en estos 50 años, su formación en universidades extranjeras. Existen en el país cerca de 10 millones de teléfonos: prácticamente uno por cada individuo. Una de cada diez personas dispone de automóvil, y un millón y medio de motocicletas han reemplazado a los cuadrúpedos como medio de transporte.

Ahora parece cierto el sueño de que todos los dominicanos sabrán leer y escribir al término de uno o dos años. Disponemos de un amplio y bien distribuido sistema de carreteras y caminos vecinales, que enlaza todas las ciudades y poblaciones del territorio nacional. Cerca de 70,000 habitaciones de hoteles sirven para alojar los casi seis millones de visitantes extranjeros que recibirá el país en este año. La actividad agrícola y pecuaria produce alrededor de 80% de los alimentos que consumimos. Setenta de cada cien personas viven hoy en las zonas urbanas, y el gran Santo Domingo, con unos cuatro millones de habitantes, representa la ciudad más extensa y poblada del Caribe y Centroamérica.

Aun así, es la nuestra una sociedad bifurcada, escindida, con dilatados rasgos de pobreza y, en el abismo, una marginalidad ominosa que acorrala a tres de cada diez familias. Será un quehacer de larga espera el redimir ese pasivo social, para recuperar de su aislamiento a tanta humanidad desgajada de la vida productiva y del progreso. Sólo una furiosa, sólo una enardecida revolución pedagógica podría revocar tal escenario. Pero el sistema educativo nacional cojea de ambas piernas, y el perfil académico del estudiante dominicano ocupa uno de los lugares más hundidos de toda Hispanoamérica. Todos lo saben. Necesitamos maestros que adiestren y regeneren intelectualmente a nuestros débiles y maltrechos profesores.

Convendría que la transformación y esos saltos de progreso que reseña Moya Pons en su libro embriagaran la conciencia nacional con el hechizo de un segundo libro refulgente. El primer Gran Cambio (ése que con tanta claridad describe Frank) sirvió para crear las bases materiales, sociales e institucionales de la transformación capitalista de nuestra economía. Pero sólo un 17% de la población participa hoy de la creación del 67% de la riqueza nacional.

Hemos construido una suerte de capitalismo incomunicado; poco menos que encerrado en una limitada cápsula social. Transformar esa siniestra ecuación de inequidad requerirá del surgimiento de un nuevo ente económico: competitivo, competente, con destrezas y conocimientos ajustados a la demanda de los tornadizos mercados de trabajo de hoy. Perfilar el diseño de ese nuevo ‘homo oeconomicus’, con capacidad y actitudes para ejecutar tareas de gran valor añadido, ha de ser la asignatura pendiente de la sociedad dominicana. Sería ese el jubiloso logro que Frank, entonces, nos describirá como el segundo Gran Cambio que hoy ambiciona la sociedad dominicana.

Con todo, y como dije al principio, este recuento desplegado por Frank Moya Pons agrupa los indicios de una hazaña. Un libro escrito con pulcritud y serenidad de juicio, con certeza en los datos y explicaciones, con sabiduría extrema en la modulación del flujo expositivo y el cotejo de los temas, y que además trasluce un inocultable optimismo y un cálido amor por las cosas nuestras: ¿Acaso no es ésta una hazaña? l
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‘El Gran Cambio. La Transformación Social y Económica de la República Dominicana 1963-2013’ de Frank Moya Pons; Publicación conmemorativa de los 50 años del Banco Popular Dominicano (2015).

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