Cuatro lecciones de la crisis griega

Los últimos acontecimientos apuntan a que Grecia se encamina a una prolongación aún más dolorosa de su agonía económica, con un paquete de ajuste más severo que el que se venía aplicando y que lo que ha hecho es multiplicar la deuda, derrumbar&#82

Los últimos acontecimientos apuntan a que Grecia se encamina a una prolongación aún más dolorosa de su agonía económica, con un paquete de ajuste más severo que el que se venía aplicando y que lo que ha hecho es multiplicar la deuda, derrumbar la economía hasta llevar la producción a tres cuartas partes de lo que era hace seis años, e incrementar el desempleo por encima del 25%.

El Gobierno griego parece haber fracasado en su intento por aminorar la profundidad del ajuste y lograr un alivio sustantivo en la deuda. Pero también hay que decir que Europa parece haber fracasado en construir una comunidad de iguales, solidaria y sostenible. Por el contrario, lo que ha logrado es una donde pocos, especialmente los bancos, tienen mucho poder, lo usan para su beneficio, y no pagan los costos que les corresponden de los desastres colectivos de cuyas causas fueron beneficiarios y co-responsables.

Pero más allá de eso, hay al menos cuatro lecciones que deben ser aprendidas por todo el mundo. La primera es que lo fiscal es demasiado importante como para dejarlo sólo en manos de políticos o tecnócratas, y que la cuestión merece atención permanente de todo el mundo. No sólo para que los desbalances fiscales no se salgan de las manos como claramente sucedió en Grecia por mucho tiempo y que le llevó a acumular, hasta 2008, una deuda pública equivalente a más de 100% del PIB, sino también para que ocurran desbalances cuando tengan que ocurrir para impedir, como ahora en Grecia, el descalabro de la actividad económica; para que el gasto sea de una calidad tal que contribuya a fortalecer las capacidades productivas, el cambio tecnológico y el crecimiento, que terminen facilitando el pago de la deuda en que se incurrió para financiar el déficit; y para que el gasto contribuya a que la gente, especialmente la más pobre, pueda ejercer derechos fundamentales.

Unas finanzas públicas más transparentes y una vigilancia pública permanente sobre el fisco probablemente hubieran contribuido a evitar que se generaran algunos de los factores de crisis, o por lo menos a que hubiesen sido tan intensos como los registrados. La gente común es la principal doliente de los recursos públicos. Consultarla para que vote “sí” o “no” en medio de una crisis es mejor que no consultarla pero es absolutamente insuficiente. La participación, el debate y la incidencia deben ser continuos.

La segunda lección es que los mercados financieros ultraliberalizados son un enorme peligro para todo el mundo excepto para los bancos, porque los incentivos para que muchos presten a quien no debe, personas, empresas o países, y para hacer trucos con los números y que los mercados no les penalicen es muy alto. En esos casos el crédito malo se vuelve sistémico, lleva a una crisis financiera generalizada, a una reducción drástica del crédito, y a un colapso de la inversión, del crecimiento y del empleo. La evidencia está a la vista: pasó en 1929 y llevó a la gran crisis, y pasó en 2008, iniciando con la crisis hipotecaria en Estados Unidos que ha terminado traduciéndose en una larga recesión. No se trata de volver a la época de los mercados financieros muy reprimidos pero sí a unos lo suficientemente regulados como para reducir esos riesgos.

La tercera lección es que cuando sobreviene una crisis de deuda, la peor medicina es estrangular al deudor, no sólo porque el costo de la crisis se distribuye de manera injusta, sino porque el costo global aumenta enormemente. Como la receta que se ha aplicado es la de generar abruptamente superávit fiscales muy elevados recortando gastos y aumentando impuestos, la actividad económica se contrae, y con ella los ingresos tributarios, erosionando la capacidad de pago y obligando a tomar más prestado, a nuevos ajustes y a una profundización de la recesión. En Grecia, desde que inició el ajuste, la deuda como porcentaje del PIB aumentó en 75%. Es una suerte de espiral viciosa que exacerba y prolonga la agonía.

La cuarta es que no tener política monetaria ni cambiaria porque se usa una moneda sobre la que no se tiene control tiene costos importantes. Además de que no se puede influir mucho sobre la tasa de interés, tampoco se puede devaluar la moneda, un mecanismo que ayuda a que el ajuste no recaiga exclusivamente sobre las finanzas públicas y que puede contribuir a aumentar las exportaciones y a aminorar el impacto del ajuste.

En síntesis, finanzas públicas sujetas al escrutinio público y a reglas democráticas, y mercados financieros adecuadamente regulados son dos piezas importantes para evitar crisis de deuda. Y cuando sobreviene una crisis, compartir sus costos, de la misma manera en que se compartieron los negocios, debe ser regla. 

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