Decir lo que otros callan

Las naves se mantenían inmovilizadas por la ausencia de los vientos. Los guerreros, impacientes por combatir contra Troya, estaban al filo de la rebelión. Entonces, el adivino Calcas colocó al rey Agamenón en una disyuntiva trágica, al advertirle&#82

Las naves se mantenían inmovilizadas por la ausencia de los vientos. Los guerreros, impacientes por combatir contra Troya, estaban al filo de la rebelión. Entonces, el adivino Calcas colocó al rey Agamenón en una disyuntiva trágica, al advertirle que solo sacrificando a su hija Ifigenia, los vientos soplarían, permitiendo a los guerreros zarpar hacia Troya. El conflicto planteado necesariamente tendría un desenlace trágico: Agamenón se debatiría entre el amor filial y su lealtad a su círculo familiar o privado, por un lado, y sus responsabilidades públicas, por el otro.

Este mito, llevado por Sófocles al teatro, plantea con maestría lo que, desde la perspectiva de la cultura griega clásica, es un conflicto entre el desorden, o el Khaos, y el orden que necesariamente debería imperar en el Cosmos. Sacrificando a Ifigenia, Agamenón provocaría el caos en su vida y esfera privada, para preservar el orden en la esfera pública.

Esta lejana leyenda de los griegos sobre el khaos y la necesidad de orden en el cosmos tiene actualidad en pleno siglo XXI. En sus reflexiones sobre el poder norteamericano en el mundo actual, Henry Kissinger señala que el caos es una amenaza muy real en el mundo actual, a pesar de una interdependencia sin precedentes, por lo que contrapone el principio del orden, necesario no solo para evitar el caos, sino para preservar la libertad. Orden y libertad no son valores contrapuestos, sino complementarios. La libertad, para sobrevivir, requiere de un mínimo de orden.

Para preservar la libertad, Kissinger propone mantener los principios del orden internacional construido por la paz de Westfalia de 1648, que terminó 30 años de guerras religiosas en Europa. Dicho acuerdo postuló el equilibrio del poder entre los estados nacionales, reconociendo cada uno la soberanía y “las estructuras domésticas y la vocación religiosa” del otro.

Este ordenamiento internacional está hoy amenazado por el fracaso de muchos Estados, y por parte de sectores de países avanzados que lo consideran “anticuado” e “inmoral,” por lo que lo irrespetan e intervienen en otros Estados, para imponer valores que consideran de “relevancia universal”. Están a la vista los desgarradores conflictos resultado de Estados colapsados, por conflictos internos y presiones e intervenciones externas.

Estas intervenciones resultan especialmente imprudentes cuando se ejercen sobre Estados frágiles, como el dominicano, sobre el que se pretende colocar cada día más el peso del irresoluble problema haitiano. De ahí la presión para que continuemos nuestro rol de válvula-quita-presión de esa sociedad-fracaso, naturalmente justificado por los valores de “solidaridad” y “cooperación.” La alarmante debilidad del Estado dominicano, presionado desde afuera, y carcomido desde adentro por un desbordado clientelismo, representa un grave riesgo para nuestras libertades. Muchos están convencidos que enfrentaremos un grave conflicto, aunque guardan silencio… Simplemente tenemos el valor de decir, lo que muchos piensan y callan.

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