Disfruta en esta Semana Santa volando chichigua

Durante la Semana Mayor muchos dominicanos ponen en práctica las tradiciones de la época, como comer habichuelas con dulce y buñuelos; también es habitual que muchos se refugien en la reflexión espiritual y otros en el gozo de las cálidas aguas&#823

Durante la Semana Mayor muchos dominicanos ponen en práctica las tradiciones de la época, como comer habichuelas con dulce y buñuelos; también es habitual que muchos se refugien en la reflexión espiritual y otros en el gozo de las cálidas aguas del mar caribeño o irse a aventurar a las montañas. Pero eso no se queda ahí, ya que en la Semana Santa se intensifica el vuelo de las chichiguas, una actividad que disfrutan al máximo los más pequeños de la casa.

El Parque Mirador Sur, Parque Nacional Mirador Norte, El Faro a Colón, Plaza Juan Barón, Plaza Güibia o el Cementerio de la avenida Máximo Gómez son algunos de los lugares de Santo Domingo, en los que tanto las niñas como los  niños aprovechan para subir hasta lo más alto posible sus chichiguas para exhibirlas con orgullo, sin importar que sea una chichigua “pimpiada” ( grande, con colores llamativos o con un tema en particular); o una chichigua sencilla, que por falta de recursos es elaborada con elementos reciclados, pero que provoca el mismo sentir: diversión, felicidad y, en ocasiones, rivalidad.

Las chichiguas pueden ser de diversas formas y tamaño: de personajes marinos, como un pulpo; en forma de cajón o de avión,como la prefieras, pero por tradición la más utilizada es la que es de forma hexagonal (la de seis palitos, como diría un niño).

El origen de la chichigua, conocido en otros lugares como cometa, no está muy claro. Sin embargo, se puede apreciar en diferentes partes del mundo cómo generación tras generación la gente enseña a sus hijos, hermanos, sobrinos y vecinos a elaborarlas, y posteriormente, cómo volarlas (y mantenerlas arriba). Probablemente, reunir los materiales para elaborarlas sea tanto o más divertido que verlas surcar los cielos, pues durante el proceso se crean o refuerzan lazos entre el adulto y el infante, además de que ayudan al niño o a la niña a sociabilizar y a trabajar en equipo.

¡Sana diversión!

Lo particular de esta práctica, es que el ingenio, originalidad y creatividad no tiene fronteras. Hacer, “encumbrar” y mantener una chichigua en el aire es una experiencia que cualquier infante, sea del casco urbano o de un barrio de la ciudad o de la zona rural disfruta al máximo. Un ejemplo de ello es Julia Ramírez, una joven oriunda de Arroyo Cano, San Juan, quien recuerda que cuando era niña la llegada de la primavera era una de las mejores épocas del año, tanto para ella como para sus amiguitos.

“Los fuertes vientos en la cúspide de una montaña eran la excusa perfecta para poner nuestras manos a la obra y empezar hacer nuestras chichiguas. En Arroyo Cano, San Juan, no teníamos muchos recursos disponibles, así que utilizábamos todo a nuestra alrededor para crear un instrumento que nos permitiera divertirnos y, sobre todo, competir”, recuerda Julia.

También cuenta que, deshilachar un saco era todo un pasa tiempo. “Terminada esta tarea amarrábamos las puntas hasta hacer el hilo más largo que pudiésemos. Pero no terminaba allí, tomábamos las palmas de coca y sacábamos el pendón. Luego amarrábamos los extremos, usábamos una funda plástica como base, y hacíamos la cola de la chichigua”, cuenta la joven periodista, quien agrega que también empleaban fundas plásticas, pues mientras más colores más hermosos se veían las chichiguas en el aire.

“Esa práctica, además de divertida, nos ayudaba a compenetrarnos más con nuestros vecinos y amigos, ya que los más grandes siempre procuraban hacer las chichiguas de los pequeños y, paulatinamente, enseñarles cómo hacerlas”, narra  con nostalgia.

Tras el arduo trabajo venía la parte más divertida, que  según Julia, era volar las chichiguas y realizar competencias de vuelo. Pero no todo es “color de rosa”, pues la competencia comenzaba cuando todos estaban en el aire.

“La maldad estaba presente en nuestros inocentes corazones cuando, con la intención de derribar al “enemigo”, colocábamos una “gillet” en la cola de nuestra chichigua a fin de que, durante el vuelo, pudiera cortar el hilo de la de nuestro compañero y poder ganar la competencia”, cuenta.

Fueron momentos muy felices, llenos de alegría, amor y trabajo duro, asegura Julia. “Es lamentable que esta clase de actividades esté poco presente en los niños de hoy y que, a diferencia de mis tiempos, en vez de comprar las cosas hechas y poderse en una esquila a volar, no se incentive la creatividad de los niños y niñas”.

Así que si tienes hijos, sobrinos o hermanos pequeños anímate a compartir con ellos esta experiencia, pues será un recuerdo agradable de su infancia que les enseñará el valor del esfuerzo, la amistad y la sana competencia. Además de que disfrutarán cada momento del proceso.

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