Fue ayer cuando finalmente pude observar con detenimiento las imágenes de Edgar Sosa realizando disparos al canasto por primera vez desde que tuvo una fractura expuesta de la tibia y el peroné el pasado 4 de septiembre mientras representaba al país en el torneo preolímpico de Mar del Plata, Argentina.
Verlo tirar con fluidez y con la rapidez que le caracteriza me causó una emoción enorme. Finalmente se ve el resultado de largas horas de arduo trabajo en un proceso de rehabilitación donde nunca se mencionó la frase “me rindo”.
Después de mirarlo trabajar en cancha con el trainner dominicano Robinson Frías, el tipo que se merece todo el crédito de esta recuperación, a través del portal www.micriollo.com, le escribí de inmediato y me respondió con la misma velocidad. Sus palabras me emocionaron más aún porque traían consigo una carga de motivación increíble.
Para llegar hasta ahí, Edgar se ha fajado de campana a campana, con una férrea ética de trabajo y con una fe inquebrantable. Su familia y él solo saben lo duro, largo y anónimo que ha sido esta larga marcha a la recuperación.
Apunto esto, porque, en su momento, cuando tirarse foto con el muchacho postrado en una cama formaba parte del circo montado con su desgracia, mucha gente prometió ayudar, pero sólo un par lo hizo, el resto desapareció con la misma rapidez con la que se esfuma el flash de una fotografía.
Somos República Dominicana y cosas como esas verdaderamente no sorprenden a nadie.
Lo bueno es que Edgar ha resurgido y según lo que he conversado con él a lo largo de estos meses, viene más fuerte que nunca, viene a hacer ver que puede jugar al máximo nivel y no hay mejor manera de demostrarlo que a través de la vitrina que representa la selección nacional de baloncesto y el repechaje olímpico de julio en Venezuela.
Él estará listo en un par de meses y nuevamente lo veremos vistiendo la franela tricolor, no tengo la menor duda de que también podrá vencer la adversidad que, en situaciones como la suya, representa la parte mental ¡Amén!
