Entre dos fuegos

Barack Obama afrontará el próximo año su reelección. Mientras los republicanos aprietan, sus apoyos se han desvanecido por su incapacidad de convertir las promesas electorales en realidades.

Barack Obama afrontará el próximo año su reelección. Mientras los republicanos aprietan, sus apoyos se han desvanecido por su incapacidad de convertir las promesas electorales en realidades. Poco queda del aura que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca. Durante los últimos tres años, sus adversarios se han reforzado y sus partidarios se han quedado con una cierta sensación de decepción. Obama prometía mucho y parece que cumplió poco. Mantiene aún grandes simpatías fuera de los Estados Unidos pero eso le servirá de poco porque el presidente norteamericano afronta su cuarto año de mandato con incendios en todos los frentes.

En el campo internacional, las políticas de Obama no han diferido demasiado de las llevadas a cabo por sus predecesores. La política de alianzas no se han modificado y, más allá de su famoso discurso en la Universidad de el Cairo del año 2009, al principio de su mandato, Estados Unidos sigue siendo el principal aliado de Israel. La mala relación personal entre el presidente y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, no ha bastado para modificar sustancialmente la política norteamericana en Oriente Medio.

Además, Obama ha ordenado más ataques contra las bases islamistas en Pakistán que George Bush, un mérito curioso si se tiene en cuenta que el presidente fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. En una de esas operaciones murió, precisamente, el enemigo número uno de los Estados Unidos: Osama Bin Laden. Y no sólo no pudo cumplir su promesa de cerrar la cárcel de Guantánamo (Cuba), sino que hace poco ordenó nuevos interrogatorios a presos encerrados allí.

En política interior, Obama tampoco tiene muchos trofeos que lucir. La crisis económica no remite y sólo los más optimistas creen que la situación podría mejorar a partir del próximo año. Algunas de sus promesas estrella, como el establecimiento de un sistema de salud pública universal, sólo se han cumplido a medias. El continuo litigio con las cámaras legislativas ha sido la muestra más evidente de un mandato débil y necesitado de pactos y equilibrios constantes para sostenerse.

Esta falta de concreción de sus promesas electorales han mellado su apoyo popular y desanimado a quienes le llevaron al poder. Una parte de sus bases de izquierda se han lanzado a la calle con el movimiento Occupy Wall Street, que no cuenta con el beneplácito del presidente. Sin embargo, una encuesta del diario The New York Times indica que un 46% de los ciudadanos apoyan a esos jóvenes indignados. No es una cifra menor, teniendo en cuenta que, según otra encuesta reciente, un 42% de los norteamericanos secundan a su presidente, exactamente el mismo porcentaje que apoya a la oposición. Pero partidarios y detractores, creen que el país va para atrás: así lo creen tres de cada cuatro ciudadanos.

En el flanco derecho, los republicanos se han rearmado ideológicamente tras la derrota de John McCain hace tres años. El Partido Republicano controla la Cámara de Representantes, convertida en un auténtico ariete contra la Casa Blanca. A nivel social, el Tea Party ha transformado una protesta fiscal en una batalla abierta contra su gestión y cuenta con el apoyo indisimulado de algunos medios de comunicación muy relevantes.

Todo parece soplar a favor del cambio, pero el Partido Republicano tiene un talón de Aquiles: entre sus candidatos presidenciales ninguno es excelente. Si un republicano llega a la Casa Blanca no será por méritos propios, sino por los errores y dudas del actual inquilino.

Poca atención a América Latina

No es ningún secreto que el fin de la Guerra Fría quitó protagonismo internacional a América Latina. Los conflictos militares y las revoluciones quedaron atrás y la democracia se abrió paso a través de ese continente.

Con ella, el interés de los Estados Unidos en la zona decreció. La gestión de Barack Obama no ha sido una excepción. Los ojos de Washington se han posado en los últimos tiempos en otros lugares más calientes, como Afganistán e Irak, y en Asia, sobre todo en China.

En el continente americano, los únicos puntos de interés de la administración norteamericana han sido Brasil, por motivos económicos, y México y Colombia por motivos relacionados con el narcotráfico y con la inmigración. Precisamente con este último país, aliado clave de Estados Unidos, se firmó en octubre un tratado de libre comercio.

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