Esa “Hoja de Ruta” hay que encarrilarla

En estos días, cuando la atención pública ha estado centrada en el acalorado debate político con miras a las elecciones del 2016, el país ha sido sorprendido con una iniciativa que igual ha concitado un gran interés en diversos sectores de la…

En estos días, cuando la atención pública ha estado centrada en el acalorado debate político con miras a las elecciones del 2016, el país ha sido sorprendido con una iniciativa que igual ha concitado un gran interés en diversos sectores de la vida nacional.

Se trata del proyecto “Hoja de Ruta”, que pondrá en marcha el Consejo Nacional para la Niñez y Adolescencia (Conani), con el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Es un proyecto que busca combatir la violencia infantil y las secuelas que siempre dejan en los infantes el maltrato en cualquiera de sus formas. De entrada, parece una acción que debería merecer el apoyo irrestricto de toda la población dominicana, donde persiste un ambiente desfavorable para erradicar de cuajo el maltrato a niños, niñas y adolescentes.

Sin embargo, yo, que siempre he sido una insistente abanderada de cualquier proyecto tendente a fortalecer la estructura familiar, me permito hacer algunas observaciones a este proyecto, aventurándome a ser blanco de ataques y críticas multisectoriales.

Y digo esto, precisamente por la naturaleza de esta medida y por la importancia que reviste para la situación que nos ocupa en torno a la violencia infantil.

En primer lugar, pienso que los detalles de este proyecto deberían ser expuestos no sólo partiendo de la presentación formal contenida en el documento base que motiva este plan de acción. Y mucho menos que corra la suerte de otras iniciativas cuyos objetivos son evaluados, analizados y concluidos en las oficinas de los proponentes, con muy escasa participación de las organizaciones realmente representativas de la sociedad dominicana.

Quiero hacer valer mi preocupación para que este proyecto sea ampliamente socializado y reciba la mayor participación social posible, con el ánimo de evitar que su aplicación sea víctima de incorrectas o convenientes interpretaciones, que a la larga den la razón al viejo dicho de que sea “más la sal que el chivo”.

O lo que es lo mismo, que la aplicación de esta “Hoja de Ruta” no sea la chispa que encienda el caos en el seno familiar, siempre que los padres intenten corregir a sus hijos de sus inconductas y malcriadezas típicas del proceso de formación de nuestras proles, dentro del marco de lo prudentemente aceptable.

Y aquí no hablo de violencia ni de disciplinar a base de golpes. Pero estoy convencida de que el castigo moderado y conscientemente aplicado como mecanismo de lección, orienta a los hijos a preservar el sentido de la obediencia y temor a lo indebido. A desarrollarse conscientes de que toda acción tiene consecuencias, positivas y negativas. Fue esto lo que nos impregnaron nuestros padres, en una época incluso donde el fenómeno de la globalización no había incidido aún esta filosofía de educación familiar.

El simple anuncio de este proyecto me mantiene perpleja. No logro salir del asombro, porque no comparto el criterio asumido para su aplicación futura, sobre todo porque mezcla las “pelas”, la corrección, la responsabilidad de disciplinar a los hijos con métodos justos, con la violencia y el abuso infantil.

Con el maltrato físico o emocional, no importa donde se manifieste, por principios nunca estaré de acuerdo. Jamás, y mucho menos cuando el objeto de esa violencia sean niños y niñas indefensos y propensos a múltiples riesgos y amenazas.

Pero insisto, no creo que una “pela” como método de persuasión conscientemente asumida por los padres sea causa de traumas para nuestros hijos, como bien señaló el papa Francisco en su mensaje pronunciado en la Plaza de San Pedro, en febrero pasado.

“Un buen padre sabe como disciplinar sin degradar. Un buen padre sabe esperar y conoce cómo perdonar desde el fondo de su corazón. Claro, que puede disciplinar con mano firme: no es débil, sumiso, sentimental”, dijo el Santo Padre.

Mi postura concuerda en todas sus partes con lo expuesto por el papa Francisco, de que está bien que los padres den nalgadas a sus hijos, siempre y cuando lo hagan con dignidad y sin convertir esta manera de enseñanza en un ultraje para los niños.

Los padres no pueden utilizar vías agresivas para hacer ver a sus hijos lo que está mal en su actitud, y de ninguna manera está justificada la agresión a un menor. Pero ello no quiere decir que dar una nalgada es cometer un delito de violencia.

Esto es distinto a recurrir con frecuencia a golpes, bofetones, puñetazos y gritos humillantes para educar a los hijos, porque este comportamiento es caldo de cultivo para que sean esos hijos futuros transmisores de violencia intrafamiliar en los hogares que más tarde conformarán.

He tenido la gran dicha de ser madre de dos hijos maravillosos, gracias a Dios. Pero hay una frase, enunciada por el filósofo Pitágoras, que he mantenido muy presente y usado como guía en estos 23 años de grata experiencia como progenitora: “Educad al niño, y no será necesario castigar al hombre”.

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