Estadísticas y mentiras

José Saramago contaba que, siendo muy joven y pobre, se sentaba en los últimos asientos del teatro. Desde esos asientos veía por detrás, toda sucia y destartalada, la “hermosa” lámpara que todos admiraban desde abajo.El premio…

José Saramago contaba que, siendo muy joven y pobre, se sentaba en los últimos asientos del teatro. Desde esos asientos veía por detrás, toda sucia y destartalada, la “hermosa” lámpara que todos admiraban desde abajo.

El premio Nobel decía que esto había definido su curiosidad intelectual, porque a partir de entonces decidió que a las cosas “había que darles la vuelta” para desafiar sus apariencias.

A las estadísticas económicas hay que darles también su vuelta. No porque los números se equivoquen, sino porque muchas veces la forma en que se presentan conduce a interpretaciones erróneas.

Cuando se utiliza, por ejemplo, la tasa de desempleo como indicador de bienestar, se asume que todo en el desempleo es negativo. Sin embargo, en muchos países los subsidios alivian su carga y la gente disfruta ese tiempo libre antes de emplearse de nuevo.

La reducción del empleo podría significar también que las cosas están mejorando y que la gente se da el lujo de no aceptar trabajos indeseables. Lo contrario también pasa: países muy pobres con bajas tasas de desempleo, simplemente porque se hace lo que sea para sobrevivir.

Por otro lado, se puede crear empleos después de un desastre natural, y esto no sería un indicador de progreso. Si fuese así, comencemos a destruir calles y a contratar obreros para repararlas.

Lo mismo ocurre con las estadísticas sobre la desigualdad. Si solo se miran los números, parecería que la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado mucho en las últimas décadas. Sin embargo, las cifras no reflejan lo siguiente:

– que en algunos períodos, la gente rica oculta menos sus ingresos, y entonces figuran erróneamente como si ganaran más,
– que con el despliegue tecnológico, los pobres viven mucho mejor ganando igual,
– que la mayoría de la gente tiene años buenos y años malos, así que no siempre son los mismos los que están en el mismo sitio.
A los periodistas les encanta exagerar lo malo. Como es tan fácil dejarse engañar cuando se observan unas cosas y no otras, démosle la vuelta, como a la lámpara de Saramago. Algunas situaciones se verán distintas.

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