No es un secreto para nadie que Al Horford es la gran columna de nuestra selección nacional de baloncesto, así que no hice más que preocuparme cuando leí que este talentoso jugador estaría listo para los playoffs de la NBA y no para disputar algunos partidos de la actual temporada regular como se había dicho al principio de su lesión y posterior operación para reparar un músculo pectoral derecho.
Sin el ánimo de ser pesimista ni nada por el estilo, entiendo que aún con Horford jugando playoffs, una posible participación suya con nuestra selección en el repechaje olímpico no se ve del todo clara, al menos en estos momentos.
Normalmente cuando un jugador, ya sea en MLB o NBA, viene de una lesión considerable, las organizaciones se convierten en celosos guardianes, sobre todo cuando se trata de uno tan bien pagado como el dominicano. De repente, que un atleta juegue para su país de origen deja de ser una opción para las franquicias.
Es obvio que esos contratos son asegurados y que probablemente ni el jugador ni el equipo pierden, pero siempre se piensa en el futuro de una determinada figura, o sea que es tácito que las organizaciones prefieren que su inversión deje buenos dividendos en el terreno en vez de una lesión para cobrar un seguro.
Primero que todo, vamos a rogar que Horford pueda recuperarse por completo, porque, sencillamente, un retraso en su rehabilitación lo sacaría de los playoffs y ahí sí es verdad que las cosas se complican para la selección.
Póngase del lado de una organización, la que fuese, y pregúntese si usted, como dueño o gerente general de ella, dejaría jugar a su mejor atleta en un evento “extra”, especialmente cuando viene de una lesión que prácticamente lo sacó por una temporada completa. Si bien él adora a su país e incluso, aún lastimado, ha dicho que quiere jugar en el certamen de Venezuela, hay que implorar para que nunca llegue el momento en el que tenga que escoger entre la selección criolla o su carrera.
Si eso llegaría a pasar, todos sabemos cuál será su elección.
