Horror

Al tiempo que la delincuencia alcanza niveles alarmantes, rozamos el punto de que prácticamente no pasa un día sin que recibamos noticia de que una mujer fue asesinada por su pareja o ex pareja. La violencia machista es otro de los males que nos…

¡Horror!

El asesinato aleve, cobarde, de una oficial de la Policía Nacional, en la mañana de ayer, duele, indigna, provoca tremenda desazón y nos obliga a pensar en la sociedad en que estamos viviendo.

¡Horror!

La violencia que sufrimos los dominicanos no hará que la aceptemos como parte de nuestra rutinaria realidad. Nos resistimos y resistiremos.…

Al tiempo que la delincuencia alcanza niveles alarmantes, rozamos el punto de que prácticamente no pasa un día sin que recibamos noticia de que una mujer fue asesinada por su pareja o ex pareja. La violencia machista es otro de los males que nos perturban cotidianamente. Como lo reseñó elCaribe, ya contamos 50 feminicidios en lo que va de año, incluyendo los cinco en 72 horas en el Cibao, cifras de horror. ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a resignarnos a tener una generación de huérfanos por feminicidios? Hasta que cambien cultura y mentalidad del hombre dominicano, la única esperanza para reducir las cifras de violencia machista es el Estado. Proteger a las mujeres es una tarea que demanda recursos y comprometida actuación gubernamental.

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El asesinato aleve, cobarde, de una oficial de la Policía Nacional, en la mañana de ayer, duele, indigna, provoca tremenda desazón y nos obliga a pensar en la sociedad en que estamos viviendo.Una mujer, indefensa, en plena labor. Y no cualquier labor, en el servicio público, dirigiendo el tránsito para el buen desenvolvimiento de las actividades.
Atacada en conocimiento de que se llevaban la vida de una oficial de la Policía. ¡Inaceptable!

Cómo podía imaginar la teniente Mercedes del Carmen Torres Báez, de 41 años, que podía ser atacada en forma tan desalmada.

Apenas despuntaba la mañana, pleno día, frente a un área de alta concurrencia, entrada o salida del puente Francisco J. Peynado, al pie de la parada del Metro de Santo Domingo, frente a un establecimiento militar.

No sólo la indolencia, la falta de humanidad de los asesinos, sino que no consideraran nada, a la vista de todos cuando el tránsito transcurría intensamente.

¿Qué clase de gente es esa? Monstruos, que matan a una dama para despojarla del arma de reglamento.

Un hecho verdaderamente desolador que no podemos aceptar.

Las autoridades tienen que dar con los asesinos, detenerlos y aplicarles todo el peso de la ley, con todo el rigor. ¡Pena máxima!

Esta clase de crímenes reconfirma dolorosamente el momento que vivimos. El estado en que se encuentra la sociedad.

No es sólo que debemos combatir la delincuencia, la violencia. Es la infravaloración de la vida, sin discriminar, contra los inocentes y los indefensos.

Un hecho tan abominable obliga a realizar una cruzada dura contra la criminalidad. Sabemos muy bien los problemas ancestrales de la sociedad, pero esto no se explica sino en el envilecimiento del ser, como si retornáramos al estadio de las hordas, en pleno siglo XXI.

Estas acciones propias de monstruos deben ser paradas a cualquier precio.

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La violencia que sufrimos los dominicanos no hará que la aceptemos como parte de nuestra rutinaria realidad. Nos resistimos y resistiremos. Por eso, cada pérdida de una vida a causa de la violencia nos afecta, a veces, francamente, nos estremece.

La violencia en República Dominicana tiene unos factores causales que necesariamente tendremos que empezar a cuestionar cuando vemos que en asaltos bancarios, robos o grandes crímenes, algunos de los involucrados son personas con empleos estables. Pareciera que actúan corroídos por una sed insaciable no se sabe de qué.

Como República Dominicana, otros países sufren también la violencia, con sus especificidades. Esa violencia también nos impacta, a veces nos desconcierta, porque cae en un campo que nos lleva al escenario de lo incomprensible.
La matanza de inocentes, aparentemente a consecuencia de un estado de frenética locura, otra vez cortó desgarradoramente la jornada de un viernes, cuando los “hechos  noticiosos” empiezan a declinar como por dinamia del cuerpo social en la proximidad del fin de semana.

La sangre derramada en una escuela de Connecticut, a cien kilómetros del centro de Nueva York, Estados Unidos, nos sacó de cuajo de la que sería una jornada serena. Nada más imaginar lo que sentirían los padres de los niños y los allegados de los docentes, en una pequeña comunidad de apenas 27 mil habitantes.

La conmovedora noticia, 27 personas asesinadas, 20 de ellas niños, sobrecogió a todo el mundo. Allá y aquí. El presidente norteamericano Barack Obama, no pudo contener las lágrimas. Impotencia y un profundo pesar.

Un día luctuoso para la sociedad norteamericana y para los amantes de la vida y de la paz en todo el mundo.

El portavoz del presidente Obama ha dicho que no es el mejor momento para reabrir el debate sobre el derecho a la posesión de armas, como establece la Constitución de ese país, dramas como ese obligan a todas las naciones a reflexionar sobre el tema.

Mientras, deploramos esta tragedia. ¡Qué horror!

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