La Iglesia y el embajador

La Iglesia Católica dominicana ha considerado un deber pronunciarse en relación a declaraciones y actitudes del embajador de Estados Unidos. Es la posición formal de la Conferencia del Episcopado. Como siempre, surgirán voces que la considerarán&#823

La Iglesia Católica dominicana ha considerado un deber pronunciarse en relación a declaraciones y actitudes del embajador de Estados Unidos. Es la posición formal de la Conferencia del Episcopado. Como siempre, surgirán voces que la considerarán como una manifestación de intolerancia, pero simplemente la Iglesia está ejerciendo un derecho muy legítimo, que es la libertad de expresión.

Era necesario esclarecer las ideas que mueven a los obispos en asuntos muy delicados que tienen que ver con la familia y con valores fundamentales para los dominicanos, en consonancia con sus instituciones y tradiciones.

Lamentablemente, hay quienes creen que cualquier consideración relativa al desempeño del embajador James Brewster es un acto de intolerancia, y para él mismo, una muestra de “odio”. Es la forma más simple de reducir una cuestión de importancia capital.

Nadie cuestiona en la República Dominicana la preferencia sexual del ciudadano Brewster. Nosotros hemos sido defensores, desde su llegada, de sus derechos. Es su decisión y como tal debe ser respetada.

Pero nada obliga a la Nación a aceptar como norma de vida una concepción de familia o de pareja que niega los principios contenidos en la Constitución y en las leyes.

Como recuerda la Iglesia, la Constitución establece en su artículo 55: La familia es el fundamento de la sociedad y el espacio básico para el desarrollo integral de las personas. Se constituye por vi?nculos naturales o juri?dicos, por la decisio?n libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla.

La promoción de otros modelos de uniones familiares contraviene lo establecido en la Carta Magna. Y es inaceptable que se pretenda imponer concepciones negadoras de esos valores.

En el plano individual, cada persona decide cómo ha de llevar su vida. Es cuestión de íntima convicción. En el plano colectivo, la sociedad se rige por los cánones establecidos.

Hasta que el legislador y la sociedad en su conjunto no decidan lo contrario, debe primar la norma. Y eso no resiste discusión. No es cuestión de intolerancia. Es el respeto a nuestra institucionalidad, a los valores de familia que hemos compartido siempre. 

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