Inseguridad y jueces

La audiencia se ha iniciado. Son las diez de la mañana. En la mayoría de los tribunales de la República los jueces deben subir a estrado a las 9:00 a.m., pero es muy difícil que quienes hayan recorrido más de 150 kilómetros puedan cumplir con…

La audiencia se ha iniciado. Son las diez de la mañana. En la mayoría de los tribunales de la República los jueces deben subir a estrado a las 9:00 a.m., pero es muy difícil que quienes hayan recorrido más de 150 kilómetros puedan cumplir con la norma.

El tribunal suele terminar después de las 4:00 de la tarde. No hay forma de que esos jueces lleguen a sus hogares antes de que caiga el sol. Atrás dejaron encerrados varios individuos por graves crímenes, bajo condenas de hasta 20 años.

Es la rutina en que se desenvuelven los jueces de los tribunales colegiados que deben trasladarse desde el municipio de Barahona a Pedernales o Jimaní. Andan prácticamente sin ningún tipo de protección, en vehículos que pueden fallar en cualquier momento y sólo acompañados por un policía, que según los relatos hace la trayectoria durmiendo.

Esos magistrados ejemplares viven ese drama, y sufren todo riesgo, pero no son los únicos que están expuestos. Aún en los departamentos judiciales ubicados en zonas de alta concentración urbana los jueces se sienten inseguros. Algunos incluso han sufrido ataques o robos.

Esto tiene que ver con la organización del sistema judicial y dolorosamente con las precarias condiciones en que se desenvuelve el Poder Judicial. Ha sido condenado a la miseria, aunque todos vean el lujoso Palacio que aloja a la Suprema Corte de Justicia, donde también tiene su asiento la Procuraduría General de la República.

Bajos salarios, salas destartaladas, municipios sin jueces de paz y tribunales rodantes no estimulan a ningún profesional del derecho egresado de la Escuela Nacional de la Judicatura a trasladarse a Manzanillo, por citar una población situada en el Noroeste, a servir a la ciudadanía.

Sería ideal que los jóvenes egresados agoten sus primeras responsabilidades en lugares lejanos de las grandes ciudades, pero esa vocación parece cosa del pasado. Son sacrificios propios de cierta templanza perdida en el tiempo.

Total, dirán, corresponde a la República rodear de los medios y las condiciones adecuadas a la Administración judicial para que pueda cumplir con su misión, con decencia y calidad.

¿Cuándo lo entenderán los otros poderes?

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