Jugué un reloj

Tenía unos 13 o 14 años, edad buena para ser inocente. Estaba haciendo la acción social obligatoria del colegio,…

Tenía unos 13 o 14 años, edad buena para ser inocente. Estaba haciendo la acción social obligatoria del colegio, metido en un barrio ayudando en un hospital con pocos recursos. Al terminar, mis compañeros y yo nos fuimos a tomar transporte público de regreso a la casa. Estábamos esperando en la esquina donde se toman las guaguas; cinco muchachos blancos, cabello bueno: carne fresca.

Dos hombres aparecieron de la nada detrás de nosotros y comenzaron a jugar cartas. Uno de ellos tiró tres cartas en el piso, las movió de sitio varias veces. Le dijo al otro: “elige”. Éste eligió, vio que no era la que él quería, y la lanzó de la rabia. La otra persona sale a buscar la carta que lanzó. En lo que esa persona se va, él toma otra de las dos que quedaron en el piso y les dobla una esquina.

Regresa la otra persona y el jugador le dice: “Vamos de nuevo”. Nosotros vimos la carta con la esquina doblada moverse de un lado para el otro. Ya estábamos metidos en el juego; en la ronda que mirábamos. Éramos parte de la emoción.

El hombre puso dinero y nos dijo: “Pongan algo ustedes, esto es seguro”. Yo, con la cara más idiota que puede poner un ser humano, dije: “Okey, okey. Sí, sí”. Me dijo: “Rubito, pon el reloj”. Me lo quité y lo puse, con una cara más idiota todavía, pensando: “Guao. Voy a ganar seguro”. Me puso a elegir la carta, y con el mayor orgullo del mundo elegí la carta con la esquina doblada. Oh, sorpresa… no era la carta que buscábamos.

En solo dos segundos pude analizar lo siguiente: “El diablo, ¿qué pasó? Esto no es tan chulo como yo pensaba. No salió la carta que queríamos, pero esa era la carta con la esquina doblada. ¿Por qué no salió?, ¿y mi reloj? ¿Qué va a pasar con mi reloj? Él entonces tiene mi reloj, no acertamos la carta… ¿Será que perdí mi reloj? Ay, diablos… perdí mi reloj. ¿Me voy entonces a mi casa sin mi reloj?, pero ese es mi reloj. ¿Le digo que estuvo bonito el juego, que ya me lo puede devolver? Si primero lo felicito por su destreza en las manos, le caigo bien, y hasta le doy las gracias, quizás así me lo devuelva. Es que el reloj es mío. No… ¡Era mío! Diablos, que bolsa soy. Yo creo que lo perdí. ¿De verdad yo soy tan bolsa?”.

Lo peor de todo, no fue ver al hombre irse con mi reloj sin yo poder hacer nada, lo peor fue tener que montarme en la guagua con todos mis amigos, por una media hora o más, después de haberme sentado en el trono del “Mega Estúpido Del Año”, y para colmo tener que aparentar que todo estaba bien, que a mí no me importaba. Tenía que darles a entender que yo quería que eso pasara y que sabía que eso era lo que iba a pasar. Era un mecanismo de defensa. Si ya ellos tienen una prueba clara y precisa de que su amigo es un imbécil, pero me veo como que “yo sabía, yo se lo di el reloj”, pues quizás su amigo es un poco menos imbécil.

Nunca esperé quitarme por completo el título que acababa de adquirir, pero por lo menos no quería ganármelo con honores.

Llegué a mi casa y le rogué al Señor que todo esto pasara totalmente desapercibido para el mundo entero.

Conclusión: Al otro día, en el colegio, la historia del imbécil que perdió el reloj en una apuesta en la calle se había regado antes de tocar el timbre para formar las filas.

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