Las “enfermedades” del papa Francisco

Hoy no hablaré de resultados económicos del año, esto lo dejo para un próximo artículo. Sólo diré que ha sido un año estable sin sobresaltos y en el que se ha experimentado un importante crecimiento económico, especialmente en el último…

Hoy no hablaré de resultados económicos del año, esto lo dejo para un próximo artículo. Sólo diré que ha sido un año estable sin sobresaltos y en el que se ha experimentado un importante crecimiento económico, especialmente en el último trimestre por la reactivación del comercio.

Más bien, quiero terminar el año con algunas reflexiones inspiradas en el impactante mensaje del Papa Francisco a la Curia romana con motivo de la Navidad.

El Papa Francisco, persona humilde, sabia y con los pies bien puestos sobre la tierra, es una imagen fresca que hacía falta a la Iglesia católica. Él ha entendido que vivimos una época diferente que plantea grandes retos, que sólo pueden ser superados de la mano de Dios, con prudencia, pero con una actitud abierta, llana y transparente. Con su mensaje se atrevió a enfrentar a la Curia romana, a sabiendas de que los cambios en la Iglesia deben comenzar desde dentro. En esta ocasión, los exhortó a evitar una serie de “enfermedades”.

Sin embargo estas “enfermedades” no son exclusivas de los prelados. Son todas propias de la condición humana. Destaco algunas de ellas.

La “rivalidad y la vanagloria” que nos lleva a hacer las cosas sólo para destacarnos, para buscar el aplauso, los honores y así creernos superiores y mirar a los demás por encima del hombro.

El Papa considera una de las más graves la enfermedad “de los chismes, de las murmuraciones y de las habladurías”. Cuántos contagiados hay en nuestra sociedad. Cuantos que sin escrúpulos se dedican a dañar reputaciones, a causar rencillas y divisiones. Cuidémonos especialmente de aquellos que micrófono en mano, se creen dueños de la palabra y cobardemente repiten mentira tras mentira.

No son mejores los afligidos por las enfermedades de “la acumulación” y de “la indiferencia hacia los demás”. Son aquellos que piensan solo en ellos mismos y llenan su vacío existencial con bienes, lujos y placeres. Olvidan que tienen la posibilidad de compartir sus bienes, su tiempo, la educación privilegiada a la que han tenido acceso para aliviar la miseria que pretenden ignorar que arropa y agobia a la mayoría de nuestra población. No todos tenemos acceso a influir en políticas del estado, pero sí podemos hacer una diferencia en las personas a nuestro alrededor. Desde nuestras cómodas y/o lujosas residencias, ¿nos ocupamos de asegurar una vivienda digna a nuestros empleados, incluyendo los domésticos? En un país donde es lujo enfermarse, ¿les ofrecemos un seguro médico? La educación es deficiente, pero que hacemos por apoyar la educación de sus hijos?

El “Alzheimer espiritual”, como dice el papa Francisco, “lo vemos en aquellos que han perdido la memoria de su encuentro con el Señor” y yo me atrevo a agregar, en los que nunca lo han tenido porque han olvidado su desarrollo espiritual. Para mí, esta es la peor de las enfermedades porque muy probablemente de esta se derivan todas las demás.

Pongámonos cada cual el sombrero que nos corresponde. Iniciemos el 2015 siendo sinceros y revisémonos. Detengámonos a ver el panorama y las perspectivas a nuestro alrededor, discernamos cuál es nuestro papel en esta tierra en la que nos tocó vivir. Así creceremos como personas y como hijos de Dios, pero también haremos un gran servicio a nuestras familias y a nuestro país. Una mejor sociedad requiere de mejores individuos.

¡Muy feliz Año Nuevo!

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