“Hago lo que sea, pero sin hacer”

Un día de hambre fui a la Gobernación y le dije al gobernador: “¡Deme un empleo, o métame otra vez en la cárcel o fusíleme!”. -Lo siento mucho- me contestó; -pero no puedo complacerle. Ahora no hay ninguna vacante propia de su categoría.&#8230

Un día de hambre fui a la Gobernación y le dije al gobernador: “¡Deme un empleo, o métame otra vez en la cárcel o fusíleme!”. -Lo siento mucho- me contestó; -pero no puedo complacerle. Ahora no hay ninguna vacante propia de su categoría. -¡Qué categoría, ni categoría! -respondí yo- Deme lo que haya, que el hambre no tiene rango. -Pues solo hay disponible una plaza de policía. -Venga el uniforme y la ración…”.

El anterior es un fragmento del cuento Hacerla a tiempo, de José Ramón López, hombre culto, destacado periodista y político de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Al leer esa parte me acordé de don Sutano, quien siempre andaba detrás de un puestecito en el gobierno, en cualquier gobierno. Tenía la camaleónica condición de cambiar de color según el partido en el poder, pudiendo vestirse cual arco iris si el funcionario era de una agrupación aliada, o si su intuición no le decía con claridad la tendencia del político que tenía delante.

Don Sutano era conocido. Al final parecía un personaje de carnaval. Participaba en los mítines y caravanas de todos los partidos, con su “pote e’romo” al cinto, como si fuese una espada de ovalado cristal. Tenía en su cartera de lona desteñida los carnets de hasta las entelequias políticas que habían perdido su personería jurídica en décadas pasadas; pero, por si acaso, decía que esos papelitos no pesaban, y que los botaría cuando pudiera sustituirlos por papeletas.

Hace tiempo, nuestro protagonista me encontró al final de una actividad religiosa. Al verme me estudió, con aire de sicólogo. Hice lo mismo. Pensó que yo tenía el dudoso privilegio de colocar personas en el sector público. También noté en su cara facciones de falso mendigo. Empezó su ataque.

-Licenciado, quería hablarle, usted es una persona valiosa, lo sigo por la prensa, todo el mundo lo quiere. -Gracias -le respondí-. Al verlo bastante demacrado le pregunté por la edad. -Tengo 81 años, ayúdeme, que soy un pobre huérfano de padre y madre. -¿En qué podrías trabajar? -Le pregunté-. Trabajar lo que se dice trabajar no es lo que busco, yo hago lo que sea pero sin hacer, ¿me entiende?
Por delicadeza, y evitando la risa, le dije que luego seguiríamos conversando.

-Gracias honorable, yo sé que usted me resolverá, y que mientras tanto me dará ahora lo de la cenita de mis viejos, que ellos todavía viven conmigo y lo apoyan, es que usted es Domingo Brito (no Domínguez) el mejor procurador del mundo. ¡Viva Domingo Brito, carajo! Je, je, me había confundido con mi hermano Francisco. Je, je, al menos el del cuento quería sudar, haciendo lo que sea.

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