Lecciones de las elecciones (1)

Todo proceso que involucre a la sociedad toda, genera experiencias que marcan hitos, ocasiona heridas y deja percepciones y sabores diversos entre actores. Es el caso del recién pasado particular proceso electoral, donde todo ciudadano mayor de 18…

Todo proceso que involucre a la sociedad toda, genera experiencias que marcan hitos, ocasiona heridas y deja percepciones y sabores diversos entre actores. Es el caso del recién pasado particular proceso electoral, donde todo ciudadano mayor de 18 años, sujeto de derecho, fue parte activa en 4 vías: el gobierno como tal, al margen de la condición particular del presidente-candidato; la Junta Central Electoral, árbitro y organizador del torneo; los partidos políticos, que la ley define como únicos con capacidad para constituir oferta electoral y finalmente la ciudadanía que vota. La complejidad propia de una selección múltiple y de tanto alcance, 4160 puestos electivos en 3 niveles, así lo indicaba desde sus etapas iniciales. El proceso masivo de enseñanza para la población, fue tardío y de poco alcance. Si a ello imprimimos el carácter de la personalidad pasional del dominicano, tenemos un variado y explosivo coctel que se ha manifestado a lo largo de la semana poselectoral. En la boleta A se dio un fenómeno de una abismal diferencia entre un Danilo Medina de amplísimo respaldo y reconocimiento popular y Luis Abinader, candidato de una oposición fragmentada con discurso extraviado, seguido de fuerzas políticas de escaso volumen electoral, de variadas ofertas sin contundencias.

Se le dio a la OEA, organismo de triste y sinuoso accionar con la patria dominicana, la oportunidad de convertirse en “observador“ con calidad de crítico, y confeccionó, como resultado final, una “camisa” que le sirvió a mucha gente y que es usada “asigún“ convenga a los intereses del que la utiliza. El conteo electrónico debió ser de amplio conocimiento para la población, pero más que nada de compromiso de los partidos políticos, que debieron aceptarlo o rechazarlo de manera anticipada. Las pruebas debieron ser el bautizo de fuego y no el propio proceso electoral, dando ocasión a los que no tenían oportunidad por el escaso apoyo que su candidatura provocaba, de exigir el conteo manual como si de ello se pudieran desprender votos “injertos“ que borraran realidades. Habiendo realizado la JCE una encomiable labor de organización y de pretender dotar al sistema electoral de un conteo electrónico, digital, cibernético, moderno, sin contar con una ley de partidos ni líderes políticos dispuestos a dejar atrás el anacronismo traumático de cada proceso electivo, se le complica la situación ante el antiguo fantasma del fraude de otras épocas, que renace con más fuerzas y obliga a la comparación de lo electrónico con lo manual. De su concordancia dependerá el prestigio o rechazo del extraordinariamente costoso método de conteo. Ya se había previsto la reedición del término “fraude colosal“ de cuando existía la cadena radial de La Voz de la Junta Central Electoral, de otros tiempos, dando vigencia a candidatos cuyos resultados obligan al replanteo de sus posiciones.

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