Legalizar las drogas

A principios de esta semana el Gobernador de Puerto Rico, Alejandro García Padilla, se sumó al grupo de Jefes de Estado latinoamericanos como el Presidente de Colombia, el Presidente de Uruguay, el Presidente de Nicaragua, el Presidente de Guatemala,&#8

A principios de esta semana el Gobernador de Puerto Rico, Alejandro García Padilla, se sumó al grupo de Jefes de Estado latinoamericanos como el Presidente de Colombia, el Presidente de Uruguay, el Presidente de Nicaragua, el Presidente de Guatemala, entre muchos otros, que han hablado abiertamente de la necesidad de que las numerosas propuestas de legalizar las drogas blandas (como la marihuana) y  de liberalizar un poco el mercado sean en efecto debatidas.

Esto ha adquirido tanta fuerza que recientemente la Organización de Estados Americanos (OEA) sugirió a los Gobiernos de las Américas, en un informe sobre el problema regional que resultó de un estudio comisionado por los mandatarios de 34 países miembros, que consideren despenalizar el consumo de drogas como parte de una estrategia de salud pública.

Y hasta representantes de la Iglesia católica en algunos países de la zona como El Salvador han defendido esta posición, pidiendo hacer una discusión a profundidad, donde no hayan intereses económicos sórdidos sino el bien de la sociedad para analizar los pro y los contra de esta posibilidad.

La legalización de las drogas, que no es lo mismo que la simple despenalización sino que implica límites y regulaciones, es un tema demasiado complejo como para ser abordado únicamente a partir de la posición reduccionista de que las drogas hacen daño o con matices morales y religiosos.

Desde controles de calidad hasta beneficios fiscales que permitirían fondos para tratar a los adictos, así como la parcial eliminación de las terribles y sangrientas consecuencias que resultan del narcotráfico y la reducción de cargas policiales, judiciales y penitenciarias por posesión, el tema tiene un radio de acción lo suficientemente amplio como para que su análisis sea serio y profundo y para que efectivamente sea analizado, sin miedos o tabúes por creencias arraigadas.

Esto no se trata ni de una defensa a ultranza ni de un ataque ciego. Se trata de entender que tanto aquellos que proponen la legalización de las drogas como aquellos que radicalmente se oponen pueden encontrar argumentos de peso que fundamenten una u otra posición y, por consiguiente, el tema no debe ser confinado al ostracismo, pues debatirlo, con estudios económicos, con investigaciones médicas, con ejemplos de otros modelos en el mundo y  en general con datos reales, puede ser muy saludable y, quién sabe, quizás hasta conducir a soluciones verdaderas ante una guerra en la cual, hasta ahora, el mundo ha perdido todas las batallas.

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