Estados Unidos es el país de América, y quizás del mundo, que expulsa el mayor número de inmigrantes ilegales. Pero escasamente se ve que otra nación le pida que detengan sus deportaciones o que respeten los derechos humanos, en lo que se consideran campeones globales.
Eso, naturalmente, sería un irrespeto, porque a los amos del mundo no se les puede pedir nada. Ellos hacen cuanto mejor les parece. Pueden violar las leyes y los derechos de las personas, pero son los Estados Unidos y siempre va a estar bien.
Por eso, pese a que en cualquier circunstancia suelen obrar desconociendo los derechos de las personas y violando la soberanía de otros países, mediante sucesivas intervenciones políticas y militares, se arrogan el derecho de tutelar y recomendar a otros países.
Es lo que acaba de ocurrir. Estados Unidos reclama a República Dominicana que evite “las deportaciones masivas” de inmigrantes irregulares. Y solicita a sus amigos de la sociedad civil y organizaciones internacionales que observen el comportamiento de las autoridades dominicanas.
Las palabras del portavoz adjunto del Departamento de Estado, Mark Toner, no podían encerrar más cinismo: EEUU es consciente de la decisión tomada por la República Dominicana de iniciar la deportación de personas “que se considera que se encuentran en el país de forma ilegal”.
Y reclama que las deportaciones se realicen “de manera transparente, con total respeto a los derechos humanos”, ajustadas a protocolos y procedimientos “claros, disponibles públicamente y verificables” y que sean “consistentes” con la ley dominicana y con sus compromisos y obligaciones internacionales.
Al menos, le reconoce alguna capacidad a la República, de deportar a quienes se encuentran en el país de manera ilegal. Pero pretende dar una lección de comportamiento humano. Toner nos ha dado cátedras de comportamiento, a tono con la soberbia imperial.
La República simplemente tiene que ejercer su soberanía. Y hacer las cosas, también ellos lo recomiendan, según nuestras leyes, y la Constitución de la República.
Demos gracias a los amos del mundo por sus sabios consejos. Hay que acogerlos. De lo contrario, nos aplastan. Aunque la historia les ha mostrado que no pueden.