Masificación de la educación superior

La masificación de la educación superior aumenta a una tasa exponencial. Se registra que entre 1970 y 2009 los niveles de matrícula crecieron alrededor de un 500% (Atlas Unesco, 2012). En nuestra región, América Latina y el Caribe, la tasa bruta&#823

La masificación de la educación superior aumenta a una tasa exponencial. Se registra que entre 1970 y 2009 los niveles de matrícula crecieron alrededor de un 500% (Atlas Unesco, 2012). En nuestra región, América Latina y el Caribe, la tasa bruta de matrícula superó el 30% en el 2010, y en la República Dominicana, según datos del Ministerio de Educación Superior (MESCyT) fue de 34.1% en el 2011.

Este proceso de ampliación de la cobertura del nivel ha sido el producto de  factores políticos, sociales, y culturales: la democratización de la educación, como consecuencia del proceso de democracia social; expansión de la educación privada, producto de nuevas realidades de la educación pública; sociedades y mercados productivos requiriendo recursos humanos especializados; entre otros.

El proceso creó escenarios universitarios distintos, más plurales, no elitistas, que a su vez impulsaron una nueva  clase profesional que se constituyó en motor importante del desarrollo nacional.

La demanda de educación superior entonces, se ha hecho cada vez mayor, en cuanto ésta se concibe como un mecanismo de movilidad social y económica para los ciudadanos (mejores empleos, mejores salarios). Concomitantemente a este proceso, se experimenta el ingreso de la mujer al mercado laboral como una estrategia de supervivencia en los hogares latinoamericanos. Como la educación superior les permite competir con mayores posibilidades de éxito, se produce la feminización de la matrícula.

En nuestro país, según datos del MESCyT, en el año 2011 la proporción de mujeres matriculadas en las universidades era de 63%. Las consecuencias de este proceso no han sido todas positivas. A partir de la ampliación de la cobertura, muchos especialistas discuten sobre la distorsión del sistema. Se han incrementado las tasas de deserción, repetición y abandono producto de la heterogeneidad de la población que ingresa: individuos con poca o ninguna cultura académica, con serias carencias en su formación de base, estudiantes que trabajan, etc.

En la actualidad la preocupación ha dejado de ser la equidad en términos de cobertura, para centrarse en los problemas de calidad que ha generado la masificación. El rápido crecimiento ha implicado la elaboración de propuestas ajustadas a determinadas situaciones sociales (ofertas más adaptadas a las demandas del mercado), que han distorsionado la función de la universidad buscando acomodarse excesivamente a los requerimientos de los demandantes. En algunos escenarios se habla de la pérdida de ética universitaria (Rodríguez, 2011).

Logrado el acceso, nos queda, definitivamente, el reto del éxito a ser expresado en dos dimensiones. Éxito del estudiante y la institución en cuanto a completar en un tiempo estimado como razonable el plan de estudio que inició (mejorar efectividad institucional, bajar tasas de atrición), sobre todo en estos momentos cuando comienzan a cambiar las lógicas y las fuentes del financiamiento de la educación superior; y éxito en cuanto a que esa formación completada esté comprometida con la calidad y la pertinencia esperadas. l

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