Entre los trabajos presentados en 1943 en la materia Historia de la Medicina al doctor Heriberto Pieter, encontramos algunos referidos al ejercicio como médicos de personas sin la debida acreditación en los inicios del siglo XX. Uno de los trabajos consta de informaciones recopiladas por el entonces bachiller Antonio Frías Gálvez, que compartimos a continuación, con detalles escritos por él sobre tres de aquellos personajes.

“Gogrecio, no le fue posible a la persona que me suministró estos datos acordarse del nombre completo, pero si se acuerda que sin ser médico ejerció como tal durante mucho tiempo en esta capital, con el producto de sus múltiples ganancias, podía vivir muy bien, pero como sucede en muchos de estos casos su fama fue decayendo y entonces se trasladó para la población de Guantánamo, en Cuba, donde obtuvo nuevos triunfos hasta que, acusado por los médicos de aquel país, se vio obligado verificar una gloriosa huida, volvió de nuevo a Santo Domingo, donde continuó sus abandonadas prácticas. Como dijimos en nuestra introducción fue más fácil y seguro conseguir los datos de aquellos que sin ser médicos ejercen hoy día en todos los rincones de la ciudad capital. Además creemos que estos de hoy día, tienen mucho más interés desde el punto de vista profiláctico, aunque no deja de tener sus peligros publicar sus nombres, pues estoy seguro no faltarían demandantes aconsejado por abogados en contra nuestra, y estoy casi seguro también; que perderíamos la partida, aunque sabemos que tenemos toda y segura razón; pero como siempre sucede sucumbe primero la verdad, además son muchas las autoridades que defenderían ciegamente a estos individuos, ya que muchos de ellos han sido pacientes por enfermedad o ya han ido en busca del “ milagroso baño de la suerte” que le han devuelto su perdido empleo público.

Otro personaje fue Telemaco, haitiano, ejerce su típica curandería en la calle Augusto Chottin, donde tiene situada un adornada enramada. Pretende curar bajo el influjo de los ritos l “Luá” y el “Vudú”, le exige a sus numerosos pacientes contribuyan con una mesa roja, en la que debe haber todas las frutas y víveres principales de consumo, gallinas negras, botellas de ron y luego bajo la embriaguez y el sonido de los tambores, con su danza llena de convulsiones, cayendo a menudo al suelo cual verdaderas epilepsias, cogiendo con las manos brazas de carbones encendidos, masticando pedazos de vidrios; completa todo este cuadro, sus famosas botellas y ya está de este modo terminado el diagnóstico y el tratamiento. Tiene un número grande de prosélitos que le creen un Dios y mantienen un templo, donde abundan los pañuelos rojos de seda y piedras muy bruñidas, allí llevan bebidas alcohólicas y hacen a diario sus ceremoniales.

Don José y Don Pancho, forman ellos dos una verdadera compañía de curandería, son de bastante edad y viven en la calle Macorís, es decir en el centro de la capital, yo les conozco y los he visto trabajar, ya que cuando hacia el primer año de bachillerato, viví en una habitación vecina. El principal de ellos es Don José, es el espiritista y el verdadero curador, en una pieza adornada de infinitas imágenes de santos verifica sus consultas, son pacientes de la ciudad y del interior, luego Don Pancho se ocupa de buscar en ciertas boticas y agencias las medicinas que esos establecimientos les han recomendado, una de sus predilecta es un jarabe llamado de “San José”. Don José hace más de 25 años que no sale de la puerta de su casa. En una ocasión pude ver que en un baúl grande conserva numerosas joyas y cortes de casimir, probables regalos de sus agradecidos pacientes”.

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