La muerte del Padre Canales, hoy

En una de las tradiciones que en “Cosas Añejas” recoge, de manera magistral, el costumbrista por excelencia de nuestra literatura,…

En una de las tradiciones que en “Cosas Añejas” recoge, de manera magistral, el costumbrista por excelencia de nuestra literatura, César Nicolás Penson Matos, refiere el crimen cometido en los tiempos de la colonia, por Juan Rincón, contra Juan José Canales (el Padre Canales) en 1785-86 según los relatos que pudo reunir el escritor. Expresa que era uno de los 30 que se proponía asesinar, sin definir motivos reales y sobre el malogrado dice: “…sabemos que era cumanés (de Cumaná, Venezuela), y vino aquí a estudiar para graduarse.”.

El “protagonista” de uno de los 11 cuentos que componen la  mencionada obra, había asesinado años antes a su esposa embarazada, escapando impunemente a Puerto Rico donde contrajo nuevas nupcias. Amenazó a la nueva esposa con matarle diciéndole: “y te hago lo que a mi primera mujer”.

Denunciado y deportado de la Isla del Encanto, volvió al Santo Domingo de la Vieja España, como se referían los criollos a la época colonial, viviendo sin dificultades una vida de raro beato.

Penson se permite hacer una crítica a quienes se valen de sus influencias, para evadir la justicia. Juan Rincón mató con su espada, la que describe el autor como “una magnífica pieza de Toledo, con gavilanes y adornos de plata”.

En el juicio que se le siguió en una ciudad de cerca de 25,000 habitantes, repetía: — ¡Padre Canales! ¿Quién te mató? La justicia de Santo Domingo; porque si desde que yo maté a mi mujer  me hubieran dado mi merecido, yo no habría vuelto a tener la tentación de matar! Esto viene a cuento a propósito de la muerte a tiros de dos asesinados a mansalva mientras se desplazaban en la autopista de Las Américas, desde otro vehículo en movimiento.

La Policía, en sorda protesta por la venalidad de la justicia criolla, denuncia que ambos tenían un prontuario de “fichas”, expedientes tramitados para someter al rigor de la ley a ambos supuestos estafadores, de amplia experiencia delictual e identidades múltiples.

¿Cómo eluden la ley? ¿De qué manera salen impunemente de nuevo a delinquir? ¿Son asuntos de jueces o es que la estructura judicial es un colador fracturado? ¿Es cuestión de abogados “diligentes” o cuestiones de Don Dinero frente a la fragilidad moral endémica? ¿Se trata de una sociedad disoluta y enferma o una población cómplice por su permisividad? ¿Se refiere a un país enfermo con moral parapléjica? ¿Cuestión de códigos? Del tiempo de la narración a hoy, han transcurrido 225 años y parecería tener en su esencia, absoluta vigencia: la droga que era cilantro; uno que mata en pleno parque municipal y logra su absolución; aquel que golpea a su mujer y consigue que su “mamuchi” lo exonere de toda culpa  y lo llene de besos “pa que sepan que e’un ombre bueno y que fue ella que lo arrenpujó y se trompesó”. Resucitados Juan Rincón y el Padre Canales, encontrarían leyes nuevas, edificios modernos y las mismas flexibles normas de impunidad del Santo Domingo Colonial. l

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