Museo del Hombre Dominicano

La tradición así lo exigía. Debía ser enterrada viva junto a su esposo, el Cacique. No se sabe su nombre, pero 700 años después del sacrificio, sus restos se exponen en el Museo del Hombre Dominicano, y aún continúa al lado del que fue su…

La tradición así lo exigía. Debía ser enterrada viva junto a su esposo, el Cacique. No se sabe su nombre, pero 700 años después del sacrificio, sus restos se exponen en el Museo del Hombre Dominicano, y aún continúa al lado del que fue su marido. Se trata de las osamentas encontradas próximo a Juan Dolio en 1945, que permiten estudiar la valoración de la muerte que tenían nuestros ancestros.

Se determinó que eran los restos de un cacique de Higüey, quien murió hace 720 años. Y según la tradición, su esposa debía acompañarlo en su viaje al más allá. La historia de la identidad Nacional, su evolución y sus variadas manifestaciones se preservan en el Museo del Hombre Dominicano. Inaugurado el 12 de octubre del 1973, la entidad conserva y exhibe valiosas piezas del período precolombino, y aquellas que surgen del sincretismo de la unión de las etnias taína, europea y africana.

El también conocido como museo arqueológico, está situado en la Plaza de la Cultura, cuya labor arquitectónica estuvo a cargo del arquitecto dominicano José Antonio Caro Álvarez, y junto al Museo de Historia Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Historia y Geografía (este permanece cerrado) se constituyen en las residencias del Patrimonio Nacional. Para la mejor compresión, como estrategia didáctica, el museo, de tres niveles, agrupa sus exhibiciones acerca de los primeros pobladores de la isla en tres salas, clasificadas de acuerdo al período histórico, sea este Paleolítico, Mesoindio o Neolítico. La sala del Neolítico, dedicada al destacado arqueólogo Don Emil Boyre Moya, muestra al público los mapas de las rutas trazadas por los indígenas que emigraron, según cuenta la historia, del Sur de Venezuela hacia nuestra isla.

Sus vitrinas guardan piedras trabajadas por estos pobladores para fines de caza, pesca y otras actividades domésticas. La mayoría de estas fueron encontradas en Barrera de Azua, al Sur del país.

Allí también se exponen las osamentas de la pelvis y el hueso de una de las extremidades de un Oso Megaterio, que habitaba en la Cordillera Central y en las montañas de Bahoruco, el cual se extinguió a causa de la caza indiscriminada.

La caza de manatíes también está representada en los dioramas ( maquetas temáticas) . Los indígenas se dedicaban a la pesca y a la caza de animales como modo de subsistencia y este mamífero era uno de sus preferidos para confeccionar artefactos.

Los distintos vestigios que exhiben la Sala del Mesoindio, también llamada Sala de la Piedra, permiten al visitante conocer el estilo de vida de los Siboneyes, grupo indígena que poseían una gran destreza en el tallado de la piedra, a las que daban formas de cuchillos, navajas y morteros.

El Neolítico

El Neolítico es la etapa donde el indígena alcanza mayor desarrollo en las técnicas artesanales, y cuando se empieza a trabajar en la agricultura. Justo en este período la vida de los taínos es trastornada con la entrada de los españoles en 1942.

La habilidad para trabajar en la cerámica que tenían nuestros ancestros queda demostrada en la Sala del Neolítico. Las Artesanías en cerámica plasman su interés por las artes. El museo resguarda vasijas de 500 años, encontradas en Boca Chica. La cerámica Chicoides está considerada como la más bella obra que hayan hecho manos taínas.

Visto por dentro

El guía Raymond Mateo es de los que piensan, “que si los taínos hubieran durado un siglo más se hubiesen asemejado a los Azteca o Mayas, grupos reconocidos por su legado cultura arquitectónico en el continente Americano, específicamente en México y Centroamérica.

El salón también conserva objetos de los indígenas del Orinoco y el Amazonas, en América del Sur, dentro de los que se destacan los distintos tipos de lanzas, que evidencian su desarrollo.

Si algo atesora el museo antropológico son los Trigonolitos, los más venerados dentro de los cemíes. Consisten en figuras de dioses en piedras de gran importancia para la siembra, como lo fue el dios Yúcahu. Se consideraba como protector de las cosechas agrícolas.

También elaboraban dioses con figuras de aves, “para alejar los malos espíritus”, que pudieran molestar a los taínos. A los Caciques, líderes supremos de los cacicazgos, al momento de ser enterrados se les colocaba una piedra con la imagen de su rostro, creían que haciendo esto su espíritu no salía a divagar.
De acuerdo a la creencia, Atabeira o Yaya, representada con cabeza de media luna, era para estos indígenas la diosa de la reproducción. La figura muestra la creativa indígena y su apego al politeísmo. Los amuletos confeccionados con huesos de manatíes, que pueden ser apreciados por los visitantes, no solo servían como adornos, sino que también se les atribuía la facultad de alejar los malos espíritus y atraer la buena suerte. Esa costumbre quedó fuertemente arraigada en el pueblo dominicano.

Las espátulas utilizadas en la ceremonia de la Cohoba y los artefactos para inhalar la droga alucinógena se elaboraba con los huesos del mamífero marino.
El tercer nivel expone la esencia del dominicano. Explica el sincretismo tradicional, del que no escapó la religión. Como consecuencia surgen las diferente manifestaciones populares, entre ellas, el Gagá, fusión de catolicismo y la religiosidad haitiana. La devoción religiosa de la mayoría del pueblo dominicano queda representada en tres altares en veneración a la Virgen de La Altagracia, a la Virgen de Las Mercedes y al Cristo de Bayaguana. El sello del folklor se exhibe en las muestras representativas del carnaval de La Vega y de Cotuí.

Paradójicamente, el museo que albergue el patrimonio arqueológico y cultural del pueblo dominicano no es aprovechado al máximo. Y es que ya no es tan atractivo ni confortable como antes. Sus ascensores no funcionan. Hace años que los aires acondicionados caducaron.

Que lo incluyan en los tours

Si no es por la relevancia de las piezas antiquísimas, poco tendría que ofrecer la institución, dependencia del Ministerio de Cultura.

Su director, Cristian Martínez, se quejó de que los tours operadores dejaron de incluir en su paquete la visita al museo. Dijo que el turismo capitalino no se concentra sólo en la Zona Colonial, aunque se satisface en decir que la entidad es frecuentada por una gran cosecha de estudiantes.

En la actualidad recibe más de cuatro mil visitantes, de los que el 80 % lo representa la clase estudiantil.

Martínez, quien fue el diseñador de la Plaza de la Cultura, señala la importancia de la investigación arqueológica que desarrolla el museo. Explica que siete arqueólogos de planta realizan investigaciones en toda la geografía nacional.
“Porque es nuestro deber divulgar la cultura dominicana, nosotros nos apoyamos mucho en la investigación. Ahora tenemos muchas informaciones que antes no teníamos. Esta es la institución de la investigación ” sostuvo.

El museo alberga alrededor de 30 a 35 mil piezas y, según Martínez, las mayorías están guardadas, debido a que el edificio resulta pequeño para su exhibición. Existe hallazgo de 3500 años Antes de Cristo. El museo cuenta con una biblioteca para los interesados en hacer una revisión literaria de los que allí se presenta.

Además, el primer nivel tiene un área donde se realizan exhibiciones temporales. En estos momentos está dedicada al valeroso luchador Francisco Caamaño de Deñó, por su lucha en la gesta de abril del 1965.

Actualmente, se están cambiando las vitrinas por otras nuevas y se prevé que se colocarán alfombras, ya que las que están no se encuentran en las mejores condiciones. La entrada para conocer más sobre el Museo del Hombre para estudiantes es de 20 pesos y para adultos 100. Está abierto de martes a viernes, de 9 a.m. hasta las 5 p.m., y el fin de semana hasta las 4 p.m.

Cristian Martínez
Porque es nuestro deber divulgar la cultura dominicana, nosotros nos apoyamos mucho en la investigación”.

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