Por no asumir el costo político

Nos hemos acostumbrado a que nada sea nada, a que las leyes no se cumplan o se cumplan antojadizamente, a que los problemas se dejen crecer y complicar para luego alegar que son insolubles y a que las consecuencias de los actos irresponsables de quienes&#

Nos hemos acostumbrado a que nada sea nada, a que las leyes no se cumplan o se cumplan antojadizamente, a que los problemas se dejen crecer y complicar para luego alegar que son insolubles y a que las consecuencias de los actos irresponsables de quienes deben velar por el buen manejo del Estado sean pagadas por los ciudadanos. Por esto el crecimiento económico de los últimos años no ha servido para que el país supere sus problemas fundamentales. Por el contrario, se han agravado y han surgido otros que están creciendo sin que se decida enfrentarlos.

Parecería que muchos no se dieran cuenta que el denominador común de la mayoría  de los problemas es precisamente un Estado que ha sido incapaz de trazar políticas públicas para el desarrollo y de tomar las decisiones difíciles, pero necesarias, que hay que tomar en múltiples aspectos. 

Tampoco hemos tenido una ciudadanía empoderada que entienda los problemas y sus causas, mas bien se ha dejado seducir por los discursos polarizadores y la demagogia política, sin darse cuenta que esto es precisamente hacerle el juego a quienes nos han gobernado irresponsablemente.

Nuestras autoridades han dejado que los problemas se arrastren y se compliquen, por desidia, por no enfrentar sectores, por no asumir el costo político, por no renunciar al manejo de recursos y por la perniciosa cultura de repartir el botín del Estado y no tocar los intereses de quienes en un momento determinado serán necesarios para sus objetivos.

Por eso a nadie debe sorprenderle que no hayamos podido superar en décadas la sempiterna crisis del sector eléctrico, no porque sea de imposible solución, sino porque el tránsito hacia la misma simplemente no ha querido ser asumido por nuestros gobernantes, o los que quisieron asumirlo luego decidieron separarse.

Lo mismo ocurre con el Sistema de Seguridad Social, con el transporte y la educación. Y es que ninguna reforma sectorial puede rendir frutos y ser sostenible si se pretenden mantener las mismas estructuras que debieron desmontarse y no se aplica la ley. Lo grave es que nos enfrentamos siempre a un Estado sordo y ciego que entierra los problemas y cuando finalmente  estallan, manipula las realidades para intentar buscar las causas donde no están. Sin servicios de electricidad, educación y salud eficientes, sin un sistema tributario equitativo y sostenible, sin políticas públicas sensatas y consistentes, sin un sector productivo competitivo y sin un Estado capaz de tener una visión unificada, un accionar coherente con la misma y un adecuado sistema de controles y contrapesos; la modernidad y el desarrollo seguirán siendo meras promesas y en vez de solucionar los problemas existentes, los habremos agravado y creado otros aun mayores.

Si de verdad queremos avanzar como país lo primero que debemos es cambiar no solo el accionar del Estado, sino de todos los sectores nacionales. No podemos seguir tolerando que se acumulen problemas cuyas soluciones jamás llegarán, porque no se quiera asumir el costo político ni se tenga la voluntad  para aplicar la ley sin excepciones.

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