¿Por qué me condenan otra vez?

La conducta humana está sujeta a normas especiales y por tanto debemos responder a lo que la colectividad establece a través de sus instituciones.Esto sugiere estimar la existencia del buen y mal comportamiento que, para los fines de lugar,…

La conducta humana está sujeta a normas especiales y por tanto debemos responder a lo que la colectividad establece a través de sus instituciones.
Esto sugiere estimar la existencia del buen y mal comportamiento que, para los fines de lugar, es premiado o castigado conforme el ciudadano ayude o dañe con su conducta al lugar donde haga vida común.

La regla de juego sugiere, entonces, castigar y condenar y en ese tenor ningún caso es eterno, porque hasta los condenados a cadena perpetua, también les aguarda la justicia de Dios independientemente de criterios porfiados o dogmáticos. ¡El arrepentimiento es determinante!

Más sencillo todavía es lo que explica la Constitución de la República a la hora de “aplatanar” el sentido de justicia que prevalece aquí, al amparo de ciertas y determinadas observaciones: “ninguna persona puede ser juzgada dos veces por la misma causa”.

Por ejemplo, los que se portan mal, tienen derecho a la reivindicación, pero si apareciera la reincidencia como ejemplo susceptible de lastimar nueva vez a la sociedad, entonces cambiaría el formato social y sería menester profundizar a través de excepcionales consecuencias.

¡No! El epígrafe de esta modesta inquietud (¿Por qué me condenan otra vez?), solamente persigue enarbolar el sentido de oportunidad que merecen los condenados a prisión que cumplen y después “estigmas y puertas cerradas”, equivalentes a ser castigados otra vez. ¡Válgame Dios!

Y la ley, se me antoja, es semejante en todos los litorales de la tierra y, por ejemplo, un deportado no debe ser necesariamente tratado como un leproso social, porque la “lepra”se cura y se dice que no es contagiosa.

El tema, talvez acusa la complejidad que prevalece en una nación como la nuestra, donde la inversión de valores es manejada aquí como “norma” inevitable de extraño vivir.

La sociedad, como tal, quiere y debe vivir en santa paz, consistente, en respetar los derechos de aquel que luego de pagar por su delito adquiere la ciudadanía normal como si nunca lo hubiera cometido.

Por suerte, el aliento de la sociedad está basado en los textos bíblicos que señalan el delito de Judas como actitud pecaminosa superior a la de Pedro, y la diferencia radicó, dice la palabra de Dios, en que el primero no se arrepintió y el segundo se ganó la inmensidad de la gloria. 

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