La situación por la que atraviesa Venezuela preocupa a muchos latinoamericanos y ciudadanos de otras latitudes, y acapara la atención de buena parte de la prensa y las redes sociales a nivel mundial.
La protesta estudiantil que ha devenido en un estado de revuelta civil contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro parece ser el resultado de muchos años de polarización y de profunda división de la sociedad venezolana.
Para los que tenemos algún vinculo familiar, académico o de otra índole con ciudadanos de la patria de Simón Bolívar, es muy difícil mantenernos al margen de este conflicto, sus padecimientos y secuelas.
Al margen de las simpatías particulares o de las preferencias políticas que se pudieran tener, un hecho objetivo es que la denominada “revolución bolivariana” postula un modelo económico y político que no parece contar con el apoyo de la mayoría de los venezolanos.
Venezuela, bajo la dirección del extinto Hugo Chávez y de su predecesor, se encaminada hacia un régimen en el cual la libertad de expresión –básica en toda democracia- es limitada, censurada, restringida. Y en el que, del mismo modo, la iniciativa privada es golpeada, con estatizaciones que no compensan a los antiguos propietarios-, y que se traducen en una reducción de la oferta de bienes y servicios.
El chavismo está tratando de imponer un modelo socialista que ya fracasó en naciones medianamente desarrolladas, como la URSS, y que mantiene a pueblos como el cubano bajo los rigores de una férrea dictadura y de pésimas condiciones materiales de vida.
Contra ese modelo que limita la libertad, que exacerba el odio de clases y que deteriora las condiciones de vida, -y para colmo no garantiza los más mínimos niveles de seguridad ciudadana- es que los venezolanos han salido a protestar.
Que el chavismo haya ganado un sinnúmero de elecciones no lo legitima para eliminar las libertades que disfrutan los venezolanos desde la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez. Ni para atentar contra las propiedades de miles de venezolanos que lo poco o mucho que tienen lo han obtenido con mucho trabajo y sacrificio. No es moralmente aceptable uitilizar la democracia para destruir la democracia.
Ojalá que la represión de las protestas estudiantiles y la muerte de más de una docena de personas no terminen de sepultar las posibilidades de que los venezolanos puedan aún resolver, a través del diálogo, las profundas -y aparentemente irreconciliables y crecientes – diferencias que los dividen. Pero, sobre todo, que el pueblo que fue capaz de encender la llama de la independencia de muchas otras naciones del continente, no pierda la libertad por la que lucharon sus héroes y patriotas.