La campaña negativa es un recurso legítimo que utilizan partidos y candidatos en cada proceso electoral, aquí y en casi todo el mundo. Algunos cuestionan su verdadera utilidad y hasta se han registrado casos en los que los resultados han sido contraproducentes. Es decir, que los electores se han identificado con “la víctima”.
Esta práctica consiste básicamente en presentar las debilidades y defectos del adversario, lo que no tiene nada de incorrecto ni contraviene la ética ni la moral. Es cierto que a veces se desvirtúa, cuando se mezclan verdades con medias verdades y mentiras. Ahí comienza la campaña sucia, que es otra cosa. Toda campaña sucia es negativa, pero no toda la negativa es sucia.
Siempre constituye un riesgo diseñar y ejecutar este tipo de método propagandístico. Según advierte la analista costarricense Nuria Marín Raventós, hay incluso estudios documentados de Harvard y otras universidades sobre el peligro de hacer campañas negativas “pues tienden a despertar sentimientos de apatía y desinterés en lo electoral y político, lo cual debilita la democracia”.
En el país ha sido muy utilizado este recurso. A veces ha funcionado y en otras ocasiones no. Es muy difícil determinar, luego de unos comicios, qué tanto incidió la campaña negativa, o sucia, en los resultados finales.
En el pasado proceso electoral, el uso de la campaña negativa estuvo prácticamente de un solo lado.Precisamente, del sector que resultó ganador.
Sin embargo,Danilo Medina nunca apareció en un spot hablando mal de su oponente, sino que les dejó la tarea a otros; aliados, en este caso. Esto es lo que aconsejan expertos como Joseph Napolitan.
Ahora que analistas y “analistas” evalúan los resultados de las elecciones, sería propicio evaluar el peso que tuvo este tipo de recurso, sobre todo porque el perdedor no lo utilizó, aunque tenía elementos para hacerlo.
