El PRD está obligado a salir de esta situación

El dirigente perredeísta, Guido Gómez Mazara, analiza la coyuntura que vive el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), a propósito de un artículo de Yanesis Espinal sobre la composición generacional de los bandos enfrentados en esa organización. &

El dirigente perredeísta, Guido Gómez Mazara, analiza la coyuntura que vive el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), a propósito de un artículo de Yanesis Espinal sobre la composición generacional de los bandos enfrentados en esa organización. 

A continuación, sus reflexiones contenidas en una carta dirigida al director de elCaribe, Osvaldo Santana:

He leído un interesante reportaje publicado el pasado miércoles 28, respecto del PRD, una parte de la dirigencia, los respectivos posicionamientos alrededor de los sectores enfrentados y cómo la reiterada noción de lo viejo vs. lo nuevo aparece en la escena partidaria. Por eso, me atrevo a reflexionar sobre los “otros” componentes de discrepancias, indispensables en la cultura democrática, pero históricamente mal canalizadas hacia lo interno de nuestra organización.
Aunque el maestro, Juan Bosch hizo la frase de consumo popular entre nosotros, es al apóstol cubano José Martí a quien le corresponde su paternidad: “en política existen cosas que se ven y otras que no, pero las que no se ven resultan de mayor importancia de las que se ven”. Una parte importante del hilo que une la vocación fratricida en el partido blanco tiene como sello distintivo la naturaleza de las personalidades enfrentadas y su afán por estructurar un modelo de partido a imagen y semejanza del jefe de turno. Desde la primera crisis en La Habana 1941, Juan Isidro Jiménez y Juan Bosch marcaron un modelo de confrontación que, con sus entendibles variables, se mantiene con una consistencia reveladora del origen de nuestras fatalidades.

Las características de los desajustes alrededor del PRD en la actual coyuntura obedecen a una multiplicidad de factores y siento que el de mayor peligrosidad es el resultado de una concepción profundamente personalista de los liderazgos y el desdén exhibido por un amplio segmento de la dirección donde las aspiraciones han sustituido todo intento de adecuación del instrumento a los ritmos y cambios experimentados en el seno de la sociedad dominicana. Y eso no se ve.

Creer que la situación partidaria se puede reducir a dos o tres figuras hegemónicas no allana el camino de una solución inteligente. Por el contrario, si los intentos de transformación no se concentran alrededor de los métodos no vamos a salir del nudo gordiano que nos tiene por casi dos años como pieza de escarnio frente a un país con ansias de un auténtico partido opositor en capacidad de contrapesar el comportamiento del gobierno.

Lo que se ve es un PLD desafiante y en capacidad de proyectarse por muchos períodos, no como resultado de que sus políticas públicas se traducen en una mejoría sustancial de los ciudadanos, sino convencidos de que la división del PRD garantiza futuras victorias electorales. De ahí, los criterios del expresidente Leonel Fernández en el sentido de que su organización será una fábrica de presidentes y la multiplicidad de aspirantes en el partido morado, mal creyendo que “con cualquier candidato se gana en el 2016”.

En el PRD poco importan las lealtades en función de los potenciales aspirantes, porque todos saben que “sin partido no hay victoria”. Inclusive, la falsa tesis de que preservar los símbolos garantiza una sumisión pura y simple alrededor del sector victorioso revela la falta de comprensión de una sociedad que, como la nuestra, cambió profundamente y las instancias partidarias no pueden seguir imponiendo sus maniobras al resto de la sociedad. Recordar las reacciones frente a los excesos de un  dos y dos en 1998, las exportaciones desde la capital de candidatos a provincias de especial importancia y  las imposiciones en el ámbito municipal y congresual en el 2010 provocaron reacciones internas e indignación en amplios sectores de la vida nacional.

El dilema del partido consiste en dejar de pretender imponerle sus manías a la sociedad y reconocer que debemos interpretar con mayor inteligencia los requerimientos indispensables de hoy en día para representar con mayor rigurosidad a los amplios núcleos ciudadanos insatisfechos con el PLD e inconformes con nosotros. Inclusive, me atrevo a sostener que una parte importante de la población asiste a los procesos electorales no como una acción capaz de validar el comportamiento de la clase partidaria, sino ante el peso emocional de dos organizaciones que se disputan la toma del poder desprovistas de una agenda transformadora. Lamentablemente, nos distingue el color y número en la casilla, no la visión ideológica o el programa social y económico.

Lo factual es lo nuevo vs. lo viejo. Ahora bien, creernos que la solución del conflicto del PRD tiene una carga generacional es abordar tangencialmente el problema, porque esas dos visiones históricamente confrontadas adquirieron categoría paradigmática en diciembre de 1973 cuando el maestro no creyó en las potencialidades del alumno que, amparado en la disquisición sobre la tesis electoralista y no electoralista, demostró en 1978 la viabilidad de sus argumentos, cuando el 16 de mayo las urnas se llenaron de votos a favor del cambio que representó Don Antonio Guzmán.

Como las ideas no tienen edad, asumir el desplazamiento de todo lo que se asocia con el pasado, podría crear una incorrecta interpretación de los cambios necesarios en el PRD. Existen dirigentes que su mayor contribución sería la asesoría o consulta y sus experiencias acumuladas representan un material vital para no repetir errores. Ahora bien, también exponentes de las nuevas generaciones se caracterizan por reproducir todos los vicios del viejo orden partidario y ninguna de las virtudes de gente que desarrolló espacios respetables en medio de cárcel, exilio, represión, muerte y  lealtad incuestionada a la organización. Lo repito: es el método, no las personas.

A lo que no podemos renunciar las nuevas generaciones es a una interpretación sabia del pasado y no tropezar con la misma piedra. Un justo balance de los desatinos nos lleva a la triste conclusión de que los dirigentes emblemáticos del PRD no construyeron una cultura de preservarnos en el poder, porque en ellos los odios pesaron más que la unidad en la diversidad y todos aspiraron a la misma posición al mismo tiempo, creando hábitos fratricidas donde, Juan Isidro Jiménez firmó el acta conspirativa del 25 de septiembre de 1963, Ángel Miolán aceptó la jefatura del sector turismo a Joaquín Balaguer, las presiones contra Antonio Guzmán terminaron en un fatídico acto el 4 de julio de 1982, Salvador Jorge Blanco destruía la victoria de Jacobo Majluta en 1986 creando una Comisión de Asesores Electorales (CAE) por encima de la Junta Central Electoral (JCE) y recitándole una parte del poema, Rima 38, de Gustavo Adolfo Bécquer: cuando un amor se muere sabes tú dónde va. Además, las incomprensiones entre Pena Gómez / Majluta, Hipólito Mejía/ Hatuey De Camps/ Miguel Vargas y su postura con posterioridad a la convención de Marzo del 2011 deben colocarse como materia de análisis y estudio para no repetirse. Ahí las nuevas generaciones tienen que coincidir.

El PRD está obligado a salir de la actual situación. De lo contrario, 74 años de luchas y esfuerzos terminarán en manos de dirigentes sin conciencia ni sentido de la dimensión histórica que implica una organización partidaria sembrada en el corazón de los dominicanos y responsable de encabezar las jornadas democráticas de mayor significación con posterioridad al ajusticiamiento del tirano Rafael Trujillo Molina.

Soy testigo de primera línea de los últimos triunfos y fracasos del PRD. Estoy entusiasmado y las aproximaciones  que se perciben en el ambiente partidario revelan espacios de racionalidad y sentido común para seguir juntos en las diferencias. Y esa no es una tarea exclusiva de los principales dirigentes del partido. Agradezco la forma de cómo el periódico aborda la realidad del PRD. l
Afectos,
Guido Gómez Mazara.

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