El relato que haré a continuación me llegó ayer desde el ring side, es decir, de uno de los asientos de primera fila. Lean ahí: El candidato, invitado a hablar ante representantes de un segmento de uno de los poderes fácticos, al llegar repartió abrazos, apretones de manos y sonrisas. Hizo una exposición de unos 20 minutos, con voz firme y muchos ademanes, tras lo que dijo estar en la disposición de responder preguntas.
Del auditorio, un jovencito le planteó: “Usted dice que se requiere un cambio. ¿Si usted ganara las elecciones, cambiaría algunas de las cosas ocurridas en el pasado cuando usted tuvo oportunidad de cambiarlas y no lo hizo?” Y el candidato respondió: “Yo como que te conozco y sé quiénes te pagaron para que vinieras a hacerme esa pregunta, que te la podría responder, pero a ti solito, si nos juntamos los dos nada más, ahí afuera cuando yo salga”.
Me cuentan que los presentes se miraban entre sí, muchos de ellos incrédulos por la reacción del flamante candidato presidencial. Chupe usted y déjeme lo otro…
Eróstrato
Mi gran amigo y colega Frank Núñez se la gozó un mundo cuando le pedí documentación sobre aquellos que tienen un complejo inmenso de sobresalir, de ser protagonistas, y hablan embustes y mentiras que hasta ellos mismos se creen. Son los Eróstrato de nuevo tipo que medran en la cercanía de figuras públicas atribuyéndose roles y capacidades de las que carecen, a lo que sacan beneficios diversos, generalmente a espaldas de sus protectores y/o mentores, y hasta causando daño a la imagen y proyección de estos.
Eróstrato fue el incendiario del Templo de Artemisa, entonces una de las siete maravillas del mundo, por lo que fue condenado a morir en llamas y la sola exposición de su nombre fue prohibida en la antigua Grecia.
Creyendo en la máxima de alcanzar fama aún sea en forma infame, no le importó que el templo quedara reducido a cenizas y pudiera aplastarlo. Igual hacen sus emuladores del presente…