La noticia de la muerte de Roberto Blandino causó en mucha gente asombro y tristeza. Lo primero, porque a pesar de que tenía más de 30 años trabajando en el departamento de Protocolo del Palacio Nacional, era un hombre relativamente joven. La sensación de pesar de todo el que lo conoció se explica porque se trataba de un funcionario consagrado y eficiente, y como ser humano, era modelo de decencia y buen trato. Soy testigo de ello, al igual que todos los periodistas que en algún momento han tenido que cubrir las incidencias del Palacio Nacional. Al margen del reconocimiento a sus cualidades profesionales y humanas, se puede afirmar que poca gente en este país conoce tantos secretos de la vida palaciega como Blandino, tantos, como para escribir varios libros. Pero al parecer, prefirió llevarse esos secretos a la tumba.
Lo de las fotos nos retrata
En términos muy dominicanos, se puede decir que se ha hecho un “yunyún” con el tema de las fotos presidenciales. Es decir, se ha creado una discusión inútil e innecesaria sobre un aspecto que tiene que ver con nuestras costumbres, y que no debe ser causa de tanta alharaca. Los que han pedido al mandatario que se abstenga de colocar su retrato en las oficinas del Estado se pasaron un poco de la raya. Le piden que descontinúe una práctica de muchos años y que no hace daño a nadie. Pero este es el país de los extremos, y cada radical encuentra su contraparte. Ayer un gracioso instaló una carpa vendiendo los cuadros del Presidente. Es decir, que Danilo por un lado encuentra el chantaje de quienes lo emplazan a que, con las fotos, haga lo que nunca se ha hecho, y por otro lado, encuentra el lambonismo de siempre, ese que no conoce límites. Cuando inició el “debate”, el vocero de la Presidencia dijo lo que desde un principio debió decir: lo de las fotos no es un tema de importancia para al mandatario. Lo que extraña es que las fotos no han llegado a las oficinas. Con esto, parece haber cedido a las presiones de algunos y dio pie al tumbapolvismo de otros.
