La pobreza educativa y material más la entronizada impunidad, apuntalan la falta de valores que nos arropa; nos torna básicamente hedonistas e inmediatistas.

En el siglo XIX tirábamos todo el dinero en gallos y ron en un solo fin de semana.

Considerando la proliferación actual de juegos de azar y de centros de bebidas alcohólicas, puede concluirse que continuamos en esa senda. Como la clase dirigente mayormente se conduce distanciada de modelos éticos, descreemos del valor del trabajo y del futuro.

En pos de la supervivencia diaria fácil se abandona cualquier escrúpulo. Basta ver los testimonios de jóvenes delincuentes detenidos estos días, para advertir lo grave de nuestro estado de indolencia y descomposición general.

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