Una Semana Santa, pero cristiana

Como cada año, las autoridades gubernamentales, eclesiásticas y organizaciones políticas y sociales se empeñan en hacer llamados de atención para que las personas asuman estos días de asueto por Semana Santa, como un momento de recogimiento…

Como cada año, las autoridades gubernamentales, eclesiásticas y organizaciones políticas y sociales se empeñan en hacer llamados de atención para que las personas asuman estos días de asueto por Semana Santa, como un momento de recogimiento y para pasarla en tranquilidad y armonía familiar.

En estos días, justamente, pensaba en una expresión pronunciada por Jesús camino al Calvario: “No lloren por mí; lloren por Jerusalén”. Es una frase que nos impulsa a pensar una manera de profetizar lo que como creyentes estamos conminados a vivir en estos tiempos.

Mientras ansiamos paz, vemos guerra; mientras aspiramos a la concordia, vivimos discordia; queremos vivir en alegría, pero la conducta de muchos seres humanos promueve el luto y dolor en el mundo.

Semana Santa es buen momento para recapacitar en torno a la necesidad de hombres y mujeres de buena voluntad que actúen con “sabiduría”, la cual reside en el corazón y nos hace nobles, mejores personas, y no la que se aprende en los libros de enseñanza escolar.

Los que profesamos el amor de Dios, debemos aprovechar esta semana para purificar nuestros corazones y no solo rogar para que reine la paz en el mundo, sino para trabajar de manera incansable en aras de lograr ese propósito.

Jesús nos invita con sus palabras a reconocer en Él la suerte del inocente injustamente condenado. Pienso que las palabras de Jesús no fueron de consuelo, sino más bien reveladoras. Su muerte anticipa la violencia que vivimos en estos tiempos y la impotencia de las manos que no pudieron frenarla.

Sin embargo, para cientos de miles de dominicanos la Semana Santa representa de todo, menos una ocasión propicia para pensar en temas vinculados al cristianismo o en cómo mejorar su relación con Dios.

Disponer de miles de voluntarios o socorristas, a todo lo largo y ancho de la geografía nacional; habilitar hospitales móviles en puestos estratégicos, y ordenar un despliegue extraordinario de millares de militares y agentes policiales armados, es la mejor forma de medir hasta qué punto se ha desvirtuado la fecha en que nuestro país recuerda la muerte y resurrección de Jesús.

Sin lugar a dudas, esta disposición oficial para salvar y proteger vidas intranquiliza, porque nos dice en qué hemos convertido los dominicanos estos tiempos, que alguna vez fueron la máxima representación de una comunidad de creyentes que guardaba estos días para el recogimiento espiritual, y meditar en torno a su compromiso moral frente a sus semejantes.

Se trata de un operativo que intenta evitar que cada año sean más los afectados por los peligros precisamente causados por gente que no entiende, irrespeta o simplemente no le interesa ceñirse al orden sugerido por las autoridades para estos días.

Apoyo cada una de estas acciones en pro de evitar situaciones lamentables. Pero igual pienso que semejantes medidas de repente nos fuerzan a creer que nos preparamos para enfrentar una gran amenaza; un evento que pone en peligro la vida de los más de diez millones de personas que habitamos esta media isla.

Y esto, sencillamente, es perturbador, porque estas decisiones extremas, aunque obligatorias, anuncian el preludio de una semana agitada, de caos, actitudes y comportamientos irracionales, que luego dan al traste con tragedias de todo tipo y en el peor de los casos, irreversibles.

Que el Señor nos ampare.

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