Una sociedad secuestrada (1)

Si algo valioso hemos perdido como sociedad, es la seguridad. Ha desaparecido la individual y es escasa la colectiva, convirtiendo la existencia en una infinita cadena de aprehensiones, que afectan profundamente la tranquilidad ciudadana, hasta la…

Una sociedad secuestrada (1)

Si algo valioso hemos perdido como sociedad, es la seguridad. Ha desaparecido la individual y es escasa la colectiva, convirtiendo la existencia en una infinita cadena de aprehensiones, que afectan profundamente la tranquilidad ciudadana, hasta la…

Si algo valioso hemos perdido como sociedad, es la seguridad. Ha desaparecido la individual y es escasa la colectiva, convirtiendo la existencia en una infinita cadena de aprehensiones, que afectan profundamente la tranquilidad ciudadana, hasta la paranoia. Pasamos en un corto tiempo de una colectividad de ventanas abiertas, a un conglomerado enrejado, creyendo ingenuamente que esas “varillitas” ornamentales, serían obstáculos mayores para los creativos antisociales, que viven del producto ajeno. Zaglul definía la personalidad dominicana del “tíguere chivo”, del “hombre culebro”, sin que los personajes que constituían la sociedad dominicana de entonces, hubieran llegado al nivel de inseguridad que gobierna las actitudes del criollo actual. Las alarmas, que permiten el sueño confiado, accesorios electrónicos de aviso temprano, son vulneradas con pasmosa creatividad delictiva, detectando debilidades. Sus aullidos de aviso son capaces de sacar de ritmo el corazón del confiado propietario que procura con el sueño, restaurar las perdidas energías defensivas.
Las cámaras de seguridad, nueva generación de artefactos electrónicos protectores: permiten ver lo que sucede en un área determinada al instante y guardan en imágenes, rostros, vehículos, placas, de los captados en la zona que cubren. Los establecimientos públicos manejan su propia seguridad de esa forma, pero son recelosos al momento de facilitar esas imágenes, cuando de un delito que afecta a un cliente se trata. En los estacionamientos de centros comerciales ocurren frecuentemente robos de vehículos y los propietarios creen que con el letrero de “No somos responsables de….” se liberan de compromisos y la jurisprudencia indica que no es así.

Conocemos el caso de un ciudadano al que en el frente de la sucursal de la Núñez de Cáceres, de una conocida red de farmacias, le violentaron un cristal del vehículo y sustrajeron lo que los cacos entendían un jugoso botín, con frustrante resultado Al indagar sobre la seguridad en los alrededores del negocio, se le dio una infantil explicación de que las cámaras habían sido retiradas para poner unas de mejor calidad. Es tiempo de que la ciudadanía castigue con el boicot, a los negocios que con sus actitudes, contribuyan a la indefensión ciudadana, porque con ello se hacen cómplices de ladrones y atracadores. Nuestra sociedad se ha convertido en un conglomerado siempre con miedo al atraco, al abuso, violación, a la fractura, al robo, que teme más al ladrón de uniforme que al incógnito. Un Código Penal “garantista” para el tíguere y aplastante para la víctima, en una sociedad harta de atracadores y ladrones impunes. Penoso es que la mano propia procure la negada justicia y que la acción salvaje prime, cuando uno de estos facinerosos, es atrapado. Frustración colectiva de una sociedad secuestrada por la delincuencia, que le ha robado la tranquilidad a todos.

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Si algo valioso hemos perdido como sociedad, es la seguridad. Ha desaparecido la individual y es escasa la colectiva, convirtiendo la existencia en una infinita cadena de aprehensiones, que afectan profundamente la tranquilidad ciudadana, hasta la paranoia. Pasamos en un corto tiempo de una colectividad de ventanas abiertas, a un conglomerado enrejado, creyendo ingenuamente que esas “varillitas” ornamentales, serían obstáculos mayores para los creativos antisociales, que viven del producto ajeno. Zaglul definía la personalidad dominicana del “tíguere chivo”, del “hombre culebro”, sin que los personajes que constituían la sociedad dominicana de entonces, hubieran llegado al nivel de inseguridad que gobierna las actitudes del criollo actual. Las alarmas, que permiten el sueño confiado, accesorios electrónicos de aviso temprano, son vulneradas con pasmosa creatividad delictiva, detectando debilidades. Sus aullidos de aviso son capaces de sacar de ritmo el corazón del confiado propietario que procura con el sueño, restaurar las perdidas energías defensivas.
Las cámaras de seguridad, nueva generación de artefactos electrónicos protectores: permiten ver lo que sucede en un área determinada al instante y guardan en imágenes, rostros, vehículos, placas, de los captados en la zona que cubren. Los establecimientos públicos manejan su propia seguridad de esa forma, pero son recelosos al momento de facilitar esas imágenes, cuando de un delito que afecta a un cliente se trata. En los estacionamientos de centros comerciales ocurren frecuentemente robos de vehículos y los propietarios creen que con el letrero de “No somos responsables de….” se liberan de compromisos y la jurisprudencia indica que no es así.

Conocemos el caso de un ciudadano al que en el frente de la sucursal de la Núñez de Cáceres, de una conocida red de farmacias, le violentaron un cristal del vehículo y sustrajeron lo que los cacos entendían un jugoso botín, con frustrante resultado Al indagar sobre la seguridad en los alrededores del negocio, se le dio una infantil explicación de que las cámaras habían sido retiradas para poner unas de mejor calidad. Es tiempo de que la ciudadanía castigue con el boicot, a los negocios que con sus actitudes, contribuyan a la indefensión ciudadana, porque con ello se hacen cómplices de ladrones y atracadores. Nuestra sociedad se ha convertido en un conglomerado siempre con miedo al atraco, al abuso, violación, a la fractura, al robo, que teme más al ladrón de uniforme que al incógnito. Un Código Penal “garantista” para el tíguere y aplastante para la víctima, en una sociedad harta de atracadores y ladrones impunes. Penoso es que la mano propia procure la negada justicia y que la acción salvaje prime, cuando uno de estos facinerosos, es atrapado. Frustración colectiva de una sociedad secuestrada por la delincuencia, que le ha robado la tranquilidad a todos.

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