Venceréis, pero no convenceréis

¿Qué hace de un discurso una pieza de oratoria extraordinaria? ¿La brevedad? Cierto, expresar algo verdaderamente substancial brevemente es un arte.

¿Qué hace de un discurso una pieza de oratoria extraordinaria? ¿La brevedad? Cierto, expresar algo verdaderamente substancial brevemente es un arte. Utilizando apenas 240 palabras, Lincoln logró exaltar a los caídos en Gettysburg, y redefinir el conflicto como una lucha de significado universal por la libertad y la democracia, “para que esta nación, bajo Dios, vea renacer la libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra.”

Pero una gran pieza de oratoria requiere igualmente de un contexto que le aporte dramatismo. Tanto el discurso de Lincoln, como la famosa oración fúnebre de Pericles fueron pronunciadas en medio de graves trances históricos, para honrar a los que se habían sacrificado. Aquellos que, en palabras de Pericles, “llegado el momento, decidieron resistir y sufrir, en vez de huir y salvar sus vidas. En la batalla mantuvieron sus pies firmes, y en un instante… pasaron de esta escena, no con miedo, sino con gloria”.

Sin embargo, en pocas ocasiones se han pronunciado palabras en condiciones tan dramáticas, como las expresadas por Don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, al comienzo de la guerra civil española, en presencia, entre otros, de la esposa de Franco, y del general Millán Astray, fundador de la Legión Extranjera.

La serenidad de Unamuno se vio progresivamente perturbada por el discurso desenfrenado dirigido a una audiencia de exaltados. La promesa de que el fascismo, como un “decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos,” exterminaría “los cánceres en el cuerpo de la nación,” recibida con un grito de “¡Viva la muerte!”, rebozó los límites del ilustre pensador. En ese momento, Unamuno tomó la decisión moral de responder, no solo a quienes le habían precedido, sino a una audiencia inclinada a la violencia, e incorporándose, afirmó: “Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio porque a veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ¡viva la muerte! Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas… he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente”. Y a continuación hizo una premonición de lo que ocurriría en una España dominada por los extremos: “Desgraciadamente, hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda”.

Al grito de Millán: “¡Muera la inteligencia!” Unamuno contestó: “¡Éste es el templo de la inteligencia! …Vosotros estáis profanando su sagrado recinto… Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha…”. Tengo pendiente visitar Salamanca, para conversar en silencio con este valiente sabio. 

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