Quien se cuadra, con su puño listo para golpear, lo hace impulsado por la superioridad que cree tener frente a su objetivo. Si el que enfila su furia contra alguien es una persona valiente, lo hará solo para defender el honor, la dignidad o algún derecho conculcado o quizás para defenderse de alguien o de algo. Pero, en cambio, si el fiero que golpea o intenta golpear a una mujer se cree hombre en realidad con ese solo gesto demuestra que la mujer es él, claro, en comparación con la fuerza física, ¿eh?
Además, demuestra cobardía y una ausencia total de la testoterona que sobró en los hombres de abril del 1965, para solo citar ese ejemplo.
Quienes golpean, atropellan, amenazan o simplemente humillan a las mujeres incurren en un acto penoso que reduce infinitamente su condición humana, social y en todos los demás órdenes que usted se pueda imaginar.
La violencia en sí es de género porque involucra al género humano, no al hombre contra la mujer, porque también hay abusos de mujeres contra hombres, que algunos descalifican y burlescamente les consideran “monacaquillos”, como epíteto degradante porque en la cultura machista “la fuerza es del macho y la imposición también”.
En realidad, los casos de asesinatos de mujeres por parte de frustrados e impotentes hombres, que solo usan la fuerza contra quienes consideran sus dóciles y débiles posesiones.
Es un problema grave, donde juega un papel trascendental la educación, el nivel de sobriedad en la psiquis del individuo.
Freud y Pavlov, guardando la distancia, en distintas muestras de estudio del cerebro humano inducen al análisis de la conducta y la reacción a las emociones de determinadas especies, sean machos o hembras y que solo ven salida a sus frustraciones en la violencia, pero una violencia abusiva e irracional contra lo que ellos o ellas creen su propiedad o el botín para desahogar impotencias.
