Es lo que ocurre entre Víctor Grimaldi y el canciller Miguel Vargas. Uno que reclama los salarios que a su juicio les corresponden en su condición de embajador ante el Reino de Suecia. Grimaldi desempeñaba iguales funciones ante el Vaticano, en Roma, pero fue destituido en enero. Debió abandonar la plaza. Y fue nombrado en marzo en el nuevo destino. Por el coronavirus no ha podido asumir sus funciones. Y entiende que no pierde su condición de embajador por derechos adquiridos, pues según dice, es embajador de carrera, y que su tránsito de Roma a Suecia es una transición, por lo que demanda sus salarios. El canciller no lo ve así, y ahí está el detalle. Desconcertante y penoso.

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