Muchas ciudades en Estados Unidos parecen volcanes por la noche. Actos vandálicos, saqueos, destrucción de mobiliario callejero y de las tiendas, peleas con numerosos heridos, guardias que hincando la rodilla dicen que están de acuerdo con los manifestantes. Los estados de queda no se cumplen.

Los graves disturbios nada tienen que ver con las manifestaciones pacíficas que comenzaron en Minneapolis, la ciudad donde un policía mató a George Floyd, un afroamericano acusado de haber robado en un supermercado. Floyd había salido de la cárcel por una condena por robo y estupefacientes. La grabación del vídeo de su muerte fue viral. Un ciudadano grabó unos minutos de cuando el policía le puso su rodilla al cuello: no podía respirar. Y George repetía: “!No puedo respirar!”, que ha sido el lema de las manifestaciones.

De las manifestaciones pacíficas se pasó, por unirse grupos radicales, a la violencia. Violencia contra la policía, saqueos de comercios, como los de la Quinta Avenida de Nueva York, actos vandálicos… hasta un policía muerto y miles de heridos. El propio Donald Trump tuvo que refugiarse en el bunker de la Casa Blanca.

Luego, la revuelta pasó a Gran Bretaña y Francia por hechos similares a los ocurridos años atrás con algunos ciudadanos de origen africano, a los que la policía usó una gran violencia con ellos o los mató.

No se trata de una revolución mundial de africanos contra los Estados Unidos, sino que se trata de un conflicto racial ubicado en los Estados Unidos, donde desde hacía tiempo demasiados ciudadanos de origen africano (afroamericanos) han sufrido vejaciones, violencia, injusticias. Las protestas de estos días ha sido un “¡Basta!”, un “¡No más!”, un “¡queremos respirar!”, porque cuando el racismo ha invadido muchas mentes, la realidad es que no se puede respirar en tu país.

Los alcaldes de las ciudades llaman a la calma, a la concordia, y al mismo tiempo algunos se han declarado “indignados” por cómo la policía reprime a los manifestantes. Es el caso del alcalde de Washington, Muriel Browser. Ha lamentado mucho cómo la policía atacó a los manifestantes con balas de goma, gases lacrimógenos y mucha violencia para dejar libres las calles por donde pasaba el presidente.

Toda esta furia ha llegado a los Estados Unidos durante el periodo de la pandemia del coronavirus Covid-19. Muchos ciudadanos, entre el confinamiento, las caretas y las bajas laborales pasan grandes apuros para alimentarse, pagar los alquileres, etc. Los saqueos en los supermercados indican la pobreza que ha sido acentuada por el coronavirus.

Cuando hay hambre y no hay ingresos, no hay ningún miedo a la muerte, porque el objetivo es sobrevivir. Por lo tanto, una de las causas de tanta violencia es también la enorme desigualdad social y la falta de un ingreso mínimo vital, como tienen muchos países europeos –de pura subsistencia– en periodos de crisis económica o pandémica.

La situación en Estados Unidos pone de relieve que la ciudadanía está nerviosa, dividida, tensa en aquel país. Hoy muchos recuerdan el asesinato de Martin Luther King, no por las semejanzas de este líder con George Floyd, sino porque parece que sus vibrantes mensajes contra el racismo y a favor de la convivencia pacífica se están apagando en los Estados Unidos.

La base de todo está en que las autoridades deben respetar y apoyar la dignidad de las personas, en cuanto a personas, sin distinción de raza, religión o sexo. Es un derecho fundamental.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas