Reprimidas esperanzas que resumen las ansias de volver a las rutinas que formaban el tejido de nuestras vidas, antes de la confusa pandemia. Discurrir del tiempo, que en actitud cómplice con temores internos, han permitido que transcurra la mayor parte de un año que agoniza con mucha pena y poca gloria. Planes muertos a los que nos esforzamos en insuflarles vida, sin querer entender que las cosas tienen un momento preciso: antes era prematuro ahora es tardío. Ánimos frustrados en un tiempo congelado, que alteró todo ritmo de vida, adonde la subsistencia es objetivo, donde persistir es actividad y sobrevivir propósito. Los miedos internos han hecho nido en nuestras almas, estimulados por los temores inducidos y el ambiente de restricciones que matiza la vida diaria, limitando el desplazamiento al exterior y obligando a las incursiones a nuestro yo interno.

Escucho decir, con inusitada frecuencia, “cuando esto termine”, presagiando planes detenidos por la peste, sin entender que fragmentamos los espacios por vivir, doblegados por fuerza mayor e inducidos por una promocional incincera expresión de “quédate en casa”…pero si no es presencial no resuelves. Esos planes expresan intenciones frustradas y propósitos no realizados, de cumplir con ánimos internos de todas las escalas del amor; desde el amor carnal, pasional y ciego hasta la fuerza inigualable del amor fraternal. Entre ambos, todas las escalas del aprecio, el afecto, las distintas gamas del cariño, que la pandemia obliga a represar con muros racionales, fuerza que no conoce de reglas ni códigos. Postergar para un incierto mañana, los ánimos actuales, es amarrar intenciones con “bejucos” racionales que la fuerza de la determinación deshace al menor intento.

Quizás tenemos recursos internos, jamás usados hasta la recién estrenada pandemia, que sirven para acumular propósitos que haremos realidad “cuando esto termine”, trátese de una conspiración de unos pocos poderosos, sea un virus artificial producido en laboratorio por el hombre, que propicia su destruccion o signifique una manifestación del “poder divino” que controle al ser humano y sus manifestaciones, con inescrutables propósitos y resultados. Cualquiera que sea, nuestros planes son propósitos intangibles con fuerza huracanada restringida y animos guardados “pa depué”, ignorando si las fuerzas destructivas de la propia naturaleza, pueden frustrar, de manera dolorosa, toda intención humana.

La propia peste ha terminado existencias con la que compartimos espacios de vida, multiplicando el dolor de la muerte, salpicándola con frustrantes distanciamientos y obligando a funerales cargados de dolorosas ausencias. Quizás “cuando todo termine” no tengamos fuerzas para cumplir propósitos, planes, ofrecimientos o las encrucijadas de esta vida alterada tengan aparejadas dolorosas sorpresas y limitantes consecuencias. Quizás “cuando todo termine” no sea más que un espacio vacío y no quede más que el dolor de las ocasiones perdidas…

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