La sociedad dominicana pierde con celeridad sus dones más elementales, el valor de la palabra ha desaparecido del mismo modo que ha sucumbido la honra ante el dinero, anteponiendo al amor el interés.

La expresión de pueblo no se ejerce y, hasta en la acción más sagrada se impone el dinero, el temor, la defensa a lo material y hasta la vida misma. El dinero y el dominio corrupto de las cosas lo ha permeado todo, dejándonos sin sociedad, justicia, seguridad y amor propio.

Los dominicanos tenemos la obligación de retomar los más esenciales valores de la moral, la ideología, el respeto mutuo, la amistad y la concentración familiar a partir del amor filial.

Poco a poco perdemos el respeto del mundo y solo se resalta lo malo que nos rodea sin que haya escuela alguna que enseñe a propalar nuestra calidad humana, de anfitrión y la cordialidad que siempre nos ha hecho buenos hijos de Dios.

Hoy en día, nadie es para nadie, lo político lo ahoga todo, el pelo en pecho se rasura para no ser visto y el prójimo ha puesto un precio a su valor como joya, sobre todo, en los procesos en los cuales siempre ganan no quienes se preparan, sino quienes tienen más, sin importar la procedencia.

El liderazgo criollo se ha desvanecido igual que los valores y, ahora necesitamos dragar en los muelles, canalizar los ríos, abrir los surcos y colocar la mejor semilla para que germine y dé los frutos esperados para los unos y los otros, sin bancos ni cajas particulares.

El mejor partido sería el del pueblo, si la población entendiera su verdadero rol en los procesos de decisión y compromiso sobre la soberanía, la nacionalidad y las riquezas propias de los dominicanos. Ojala que lo que ahora vivimos sirva de ejemplo para reflexionar sobre el porvenir y hacer lo que más convenga a la nación. Que Dios nos guíe.

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