La tradición de los Santos Reyes, nacida en el siglo V y celebrada el 6 de enero, compite, desfavorablemente con “Santicló”. Los regalos que trae el viejo gordo de la barba y el traje rojo, propio para el Polo Norte, montado en un trineo volador tirado por renos, son disfrutados por los niños, durante más tiempo, antes de retornar a clases. En el Cibao, “pone” el niño Jesús, el 25 de diciembre, lo mismo que el importado Santa, quien hace esfuerzos por destronarlo, con el ímpetu de la publicidad y la alienante presión cultural extranjera. Mateo, el Evangelista, da cuenta en el capítulo 2, versículos del 1 al 11, de unos “magos” llegados de Oriente, que seguían una estrella, que señalaba a Belén, lugar donde había nacido el Rey de los Judíos. Las traducciones hicieron que se trastocaran términos y la referencia debió ser de sabios astrólogos. Visitaron a Herodes y fueron “indiscretos”, alertándolo sin querer, de la llegada del esperado Mesías, y de allí la matanza de los Santos Inocentes. Volvieron, tras un sueño, por caminos desconocidos a su lugar de origen y se perdieron en la historia, aunque posteriormente fueron “encontrados” sus restos, que se veneran en la Catedral de Colonia, Alemania. Estos personajes dejaron de ser llamados magos porque el título equivalía a “brujo” y alguien se le ocurrió llamarlos Reyes y posteriormente Reyes Magos de Oriente y no sabemos en qué episodio del pasado, Santos. La Iglesia no les reconoce tal jerarquía. Estos ofrecieron regalos al niño-dios, adoraron al Mesías, ofrendándole: Melchor, que representaba a Europa y descendiente de Jafet, oro, simbolizando tesoros; mirra (resina aromática que exuda un árbol oriundo del norte de África) que llevaba Baltasar, descendiente de Cam, representando a África; incienso (mezcla de resinas vegetales aromáticas) que ofrendó Gaspar, desde Asia, descendiente de Sem, siendo Noé, el origen común de los tres. De las narraciones bíblicas no se concluye el número de “magos” quienes debieron ser “sabios”, ni su raza. Fueron fijados en tres, en el siglo V y posteriormente se le cambió el color a Baltasar, como negro. Representaban las tres razas conocidas entonces. Al borde de lo histórico y la bíblico, la amenazada tradición dominicana sitúa tres personajes que vienen en camellos, la noche del 5 de enero y dejan en los árboles de Navidad o debajo de las camas, juguetes a los niños. Entran en las casas por debajo de las puertas, en tamaños disminuidos que alcanzan por su condición de magos. Los niños dejan hierba y agua para los camellos, “tragos” para los Reyes y antes uno que otro cigarrillo y confían, luego de una carta previa, que sus peticiones serán cumplidas. A los que se portan bien juguetes y a los que se portaron mal “sica de caballo”. Homenaje a la inocencia que nos llena de ilusiones y esperanzas cuando niños y de enormes satisfacciones como Santos Reyes, cuando adultos.

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