En las últimas décadas la cultura de la motocicleta se ha posesionado del diario vivir de los dominicanos, convirtiendo su accionar en verdadero infierno para la convivencia pacífica, por el orden en el tránsito, el crimen, el delito y los peores desmanes puestos de moda en la sociedad.

Lo más grave de este problema tiene su base en la falta de correctivos, de aplicaciones legales y el desinterés de las autoridades que ven esa práctica como una oportunidad para hacer riquezas, fomentar el desorden y pescar en río revuelto. De a poco la epidemia alcanza niveles de pandemia.

Antes, poseer una motocicleta era necesario para diligencias rápidas, mensajerías y otras actividades que requieren de desplazamiento urgente, pero hoy es una herramienta de delincuentes utilizada para asaltos, atracos, robos, asesinatos y otras modalidades del crimen común y organizado.

Más aún, al utilizarse como transporte se ha convertido el sistema de tránsito en caos, porque no respetan luces, direcciones, aceras, contenes, vías. Salen de todas partes, en cualquier dirección, no respetan a niños, mujeres ni ancianos. Tampoco hay autoridades que los regule.

Este es el único país civilizado del continente donde impera este desorden, porque su desarrollo es un negocio para políticos, agentes corruptos, criminales y autoridades sin valor moral. A nadie interesa que el 80 por ciento de los accidentes de tránsito proceden de motoristas que atiborran los hospitales, consumen las medicinas, ocupan la poca atención médica y tienen al país en un puro infierno.

En nombre del derecho a comer, los delincuentes de todos los estratos sociales ahora toman el motoconcho como modus vivendi, pero obvian todos los requisitos de la ley 241 y sus modificaciones, por lo que nos hemos colocado en los primeros lugares de nación insegura.

Sin seguro, licencia, cascos protectores y a veces sin matrículas, conducidas por menores y personas sin calidad para conducir, lo que hace imposible cualquier demanda. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

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