“Reactor Antígona” de Marianela Boán Danza, colmó de aplausos Casa de Teatro de viernes a domingo.

La obra ya había comenzado décadas atrás -en una Habana todavía creativa, respirable, poco democrática, pero al menos algo-, con “Antígona”, que fue la semilla germinal de “Reactor Antígona”.Si no hubiese existido aquella, esta tampoco existiese.

El minimalismo escenográfico parte del estilo narrativo de la danza contaminada, creación y aporte estético de Marianela Boán desde los años 80, quien ha sabido encontrar los signos de lo dominicano en la humildad de lo cotidiano, de lo sencillo.

Su modo de ver la vida, de situar sus personajes en esos universos que crea, es lo que permite que dDioses griegos y deidades del panteón yoruba convivan en la obra. Fragmentos de los cantos de Eleguá, la diosa yoruba que abre los caminos y de Oyá por la relacion con la muerte, la tragedia, que palpita en la obra.

Esta, sin embargo, es una obra que habla de emigrantes, con esa profundidad gestual, y esa capacidad para evocar paisajes, instantáneas, luces, movimientos, que la Boán enaltece con cada una de sus creaciones coreográficas. En Reactor Antígona nos entrega sin embargo la Poïesis de algo tan dramático, tan estremecedor, tan desolador, como la necesidad, la obligación y el acto mismo de emigrar.

La música de José Andrés Molina, con fragmentos de cantos yorubas fusionado con música electrónica, nos sirve de paisaje sonoro donde colocar los personajes, donde darles vida y definición.

Daymé del Toro, Rafael S. Morla y Samuel Manzueta son Antígona, Edipo y Polinices, danzando sobre una escena toda de negro, con algunos muy cuidados grados de luces, que no resulten demasiado fríos, pero tampoco cálidos, como estableciendo una temperatura para el emigrante, sobre un lecho de hojas y con cinco o seis grandes bultos, donde -como sabemos- cargan lo poco que la marcha les ha dejado cargar, las memorias, los miedos, los sueños, las nostalgias. Antígona, Edipo, Polinices atraviesan la selva del Darién y cruzan el río Grande, huyen de la migra, son rodeados por todos los peligros que acechan en las selvas y las poblaciones que atraviesan. Pero son también los miles de africanos que cruzan el Mediterráneo para llegar a Europa. O los haitianos que huyen del terror de las bandas.

Esta obra danzaria con diseño escénico de Raúl Martín, es una elegía a la odisea de la travesía. La Odisea de Homero, el regreso a casa de Ulises que hoy es negado para la mayoría de los emigrantes.

Cuando Antígona, Polinices y Edipo caen exhaustos de la caminata, de la huida, duermen, despiertan exaltados, duermen más, si acaso dormitan, despiertan. Pero Polinices está obcecado con la violencia. Por eso se pone los guantes blancos de boxeador, y se enfrenta a Edipo. En la mitología griega Antígona y Polinices son hijos de Edipo y Yocasta. Y por tanto Antígona y Polinices son hermanos. Pero Antígona es ese reactor que mueve todo alrededor, como un gran imán, cuida a Polinices y a Edipo, se rebela y se entrega, es intrépida, aguerrida y a la vez temerosa.

Mientras que Edipo, cuando sabe que Yocasta se ha ahorcado, se saca los ojos. Ciego y errante, recuerda a Yocasta, su madre, y se pone tacones, se trasviste. Hasta que desaparece.

Polinices en su obsesión de boxear, al fin, es derrotado, y desnudo en escena -el alto valor estético de la obra ni llama al morbo, ni llama a la comicidad- provoca conmiseración de alguien cuyo cuerpo es cargado por Antígona que hace lo posible por ocultarlo. De ese modo, los emigrantes van desapareciendo. La propia Antígona termina ahogada por los pesados bultos propios, mas los de Edipo y Polinices.

Reactor Antígona es una película del largo viaje de la humanidad hacia la tierra prometida, aunque puede verse como la tentación de abandonar este planeta y lanzarse a la búsqueda de otra tierra donde podamos sembrar la esperanza de Antígona, en la conmiseración hacia los migrantes.

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