Dueña de una obra impactante que se impone en el mercado internacional, es ejemplo de laboriosidad

Yubo era entonces Yubogil Fernández, una niña de escasos recursos de un barrio de la capital, de ocho años, patrocinada por un aula de un colegio de ricos de Providence, Rhode Island. Era, sin embargo, una niña rica en talento y fantasía. “Una vez vinieron a conocerme los alumnos y me trajeron muchos regalitos. Ellos me mandaban cartas todos los meses y yo les mandaba cartas. Hace como cuatro años decidí buscarlos. Ya yo había ganado premios de cortometrajes, me estaba yendo muy bien económicamente y siempre sentí el agradecimiento con esas personas, así que decidí ir por ellos”, dijo a elCaribe la joven artista.

Se encontró por primera vez con Mrs. Anderson, la maestra de los niños que la ayudaban, que ya estaba viejita. “Me encontré y ofrecí charlas a los niños de ahora. Les hablé de lo bueno que es dar y ayudar a niños que no son tan privilegiados como ellos.” Eso fue no solo emocionante, sino revelador. Mrs Anderson le dijo que ella, en vez de cartas, les mandaba dibujos. “Para ese tiempo yo no estaba pintando”.

Tanto que se convenció de que su talento primario son las artes visuales. Algo que hacía en Nueva York (“Pero esa es otra historia”, acota). Se dio cuenta de que cuando está en momentos de inquietud y desesperación, le da por pintar. “Eso yo lo vine a descubrir durante la pandemia”. En medio de la crisis económica se casaron unas amistades, ‘¿qué les regalo?’, se dijo. Y les pintó un cuadro que fue un escándalo. Uno que estaba en la boda le pidió un cuadro que le vendió en seis mil dólares.

Yubo, la mujer que pinta en la Jamaca de Dios
Muestra de la explosión de colores y transparencias que crea Yubo.


El crítico Jerry Saltz, de Estados Unidos, le dio un like a uno de sus cuadros en Instagram, quiso ver más obras suyas. “Veo mucho expresionismo abstracto posguerra”, le dijo. Esa crítica le cambió la vida. A partir de ahí comenzó a hacer lo que le sale de adentro, su propia visión del universo. “Comencé a hacer cosas más instintivas, más intuitivas; claro, con el conocimiento, porque estudié Publicidad en APEC y en Altos de Chavón. Tengo, pues. concepto de los colores que quienes ven mi trabajo dicen que es lo que más manejo”.

“Si yo me siento mal cuando voy a pintar, no pongo ni siquiera un trazo. Yo me pongo a meditar. No bebo cuando pinto ni un trago. No es por moralidad, es que no me sale”, advierte. “Yo no pinto desde el drama y la nostalgia”, sentencia. “Pinto desde la paz, desde la alegría, desde el gozo, desde la plenitud”.
“Durante el proceso me puede salir algo de nostalgia, por ejemplo cuando estaba pintando la Virgen (de la Altagracia), se metió mi mamá en la cabeza, y me puse a llorar. Y todo el que la conoce y ha visto el cuadro dice ‘¡Pero esa virgen tiene los ojos de tu madre!’. Y la miro y digo “es verdad”. Mami está viva. Pero tiene Alzheimer. Vive aquí conmigo. Cosas de mí salen en el proceso, pero la motivación no es esa”, confiesa.

Yubo ya ha expuesto en España, lleva dos exposiciones en el país, ha expuesto en Estados Unidos. Pero está en su mejor momento. Su obra crece. Su obra se vende. La gente lo comenta. Dentro y fuera. Tanto que el Fondo de la Niñez de Rusia le ha extendido una invitación para exponer el año que viene en Moscú. Alguien le hizo llegar sus obras al escritor Dmitri Lijanov y ya preparan su muestra individual en la capital rusa.

Vivir en la Jamaca de Dios, un exclusivísimo refugio en las montañas de Jarabacoa, le permite que las musas lleguen a ella antes que al pueblo, y que los parapentes dialoguen de tú a tú con sus telas.

Yubo, la mujer que pinta en la Jamaca de Dios
Otra de sus obras abstractas.

Sus inquietudes creadoras la han llevado al cine. De hecho, quien escribe la conoció en el Festival de Cannes, hace unos años, cuando llevó unos proyectos que luego convirtió en otras historias, donde ha sido actriz, pero también ha dirigido y es dueña de un guion interesantísimo titulado Cara sucia.

Yubo no se olvida de su infancia y a veces la intervención de las canvas las hace desde los ojos de una niña. Su ingenuidad y empatía para con los demás es evidente, aunque su obra no es para nada naiff.

Ahora Yubo vende sus cuadros en un rango que alcanza los 25 mil dólares. Parecería como si Dios al mecerse en su jamaca viera las telas que ella llena de colores y líneas, y texturas y volúmenes, y con eso bastara, para tener éxito.

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