Crónicas relatan los temas de conversaciones que prevalecen entre amigos en diferentes reuniones

1. Crónica del gusto

Conocí un zapatero, y nos hicimos amigos. Le hablé del milagro de sus tachuelas, de la maravilla del cuero. Él, encantado, brindaba a mi salud y yo a la de él… a la poca que le quedaba.

Sus tachuelas le rompían el hígado como el ron barato, o al revés.

Seguí hablando de los tacos, la elegancia que ellos soportaban.

Conocí al cochero que reía sin dientes cuando le contaba de las ruedas de las diligencias en el matinée y la manía de rotar en sentido contrario.

Reía si le hablaba de los olores del fundillo y de la fama que ninguna nariz olvidaba, del reloj que la chiquillada pedía la hora cuando el monaguillo se sonrojaba más que la rabia del cochero, que nunca adivinaba dónde lo llevaba el caballo.
Conocí a cada andante del pueblo, a cada loco, al barredor de calles, al vendedor, al frutero, limpiabotas o al doctor, el querido matasano y al rezador.

Con todos encajaban mis historias banales.

Era fácil, solo preguntaba por los juegos, la pelota de ayer, el ganador, el jonrón, el tubey, el Licey, las Águilas y el perdedor.

Era fácil, era el eco del gusto y cada quien encendía las llamas. El conversao empezó para no parar jamás.
Conocí al burgués, somos amigos. Sólo hablamos de gustos y nunca falta el dulce encanto.

2. Crónica de un borracho

Sentado en un parque había un borracho. Me dijo que se llamaba Lewis.

¿Entonces usted no murió en el cuento de Tomás Hernández Franco?

Puede que sea su reencarnación porque en la Cofradía Espirituosen de los borrachos hemos jurado seguir la parranda en la próxima vida. Y juramos, cada vez que nos reúne la fiesta de cumpleaños de cualquiera de sus miembros, que si los sumas, verás que cada borracho tiene más de 80 celebraciones al año, lo que explica nuestras muertes a la edad joven, pero viejísimos.

Para no reencarnarse en animales

Sirve también el juramento, para evitar reencarnar en chivos, gallos, jicoteas, cucarachas…Cada juramento es diferente porque los borrachos están divididos por categorías de acuerdo a las bebidas que ingieren. Está el grupo selecto, los BA, borrachos allantosos, o los que beben whisky; los de ron, B2 que beben todos los B, Bermúdez, Brugal, Barceló, Briculí y Blerén. Son bebedores de vitamina B2. Los que beben ron lavagallo, los BGL o borrachos gallo-locos que beben clerén y triculí y, los borrachos BLQS o los borrachos “lo que sea” porque ellos nunca pagan y beben lo que le den.

Este borracho era el impertinentemente mas dócil y aunque se convertía en varios personajes como Monet, que confundía con Manet, el Doctor No del 007, un explorador de Macondo donde conoció a García Márquez, no dejaba de ser su hermano que siempre lo superó o su tío millonario que había visitado todos los rincones de China, incluyendo su famoso bosque. Pero su historia fija de “cuando fue director de la Opera de Milán” se repite con la misma partitura lo que demuestra la comprobación científica de la Psiquiatría, que “los borrachos siempre dicen la verdad”. Y era tan verdad el cuento de Lewis que lo repetía con el mismo número de palabras como si fuera una filmación, y hasta se lo creía.
Cuando me dijeron que Lewis estaba interno, como si repitiera el cuento del tamborileño, no lo fui a ver. El médico me llamaba insistentemente, que él quería “ver a su amigo”.
-Dígale que los borrachos no tienen amigos, tienen pavos. Y vigílelo bien, que la última vez que lo internaron vació un pote entero de Palo Viejo en el suero.

3. Crónica de una despedida

Vengo ahora a despedirme de Xis, mi amigo, que yo creía era mi amigo. Porque Xis no puede ser amigo de nadie, porque él no sabe quién es, dónde vive y a dónde va. Lo peor, y por eso es la despedida, es que no le quedan recuerdos de cuando montábamos bicicleta, íbamos a la playa o nos perdíamos en el infierno verde de la loma.

Xis ya no se quiere recordar porque nunca aprendió a vivir y recordar, es parte de la vida mientras esta ronda con mas orgullo y vanidad que una naciente estrella de Hollywood.
Me cuenta una señora que lo conoció que él caminaba de noche en las lunas llenas. Gruñía mirando el cielo y nunca pasó de viralata, que lo de lobo parece que era muy complicado. De 15 oraciones en latín, de Las Sagradas Brujerías, solo llegaba a pronunciar 3 que no le alcanzaba ni para que los pelos de los brazos le salieran.

Su estado se agravaba. En ocasiones salía con los zapatos de tacones de su mujer. Ya no sabía si era hombre o mujer.
A las nuevas personas que conocía le hacia una historia diferente y todas tenían en común la ausencia de datos reales sobre sus orígenes.

Al principio hablaba muy bien su catalán, el francés y el alemán. Como si su boca fuera una mezcladora creó un lenguaje de los tres que solo se entendía gracias al movimiento labial y de sus manos y que yo siempre descifré.
Pero me equivoqué. Al verme, no me conoció y empezó a hablarme y a inventarse otra historia de un amigo que era yo mismo. Le di un beso en la frente y le dije adieus.

4. Crónica de un muerto vivo

Tomás había llegado de París, a su pueblo natal. Lo nuevo que recibió, como saludo de su vecina, fue una lista de desgracias y sucesos trágicos que ocurrieron en su ausencia.
-¿A que tú no sabes quién se murió?- Preguntó con una sonrisa, como si ello le hiciera bien a la chismosa que solo vivía recogiendo información para contarlos con detalles abultados.

¿Y cómo puedo saberlo?

Pues tu amigo Bolívar.

Tomás recibió un mazo en la cabeza porque Bolívar, que era mucho mayor que él, siempre le contaba todo lo que él no sabía sobre la historia de su pueblito, aparte de su bondad infinita.

La tristeza acompañó por varios días a Tomás, pero lo más extraño es que Demetrio, otro amigo común, no le dijera nada de la partida de Bolívar.

Pasado unos cuantos días, Tomás decidió visitar a Demetrio. Buscaba que este se lo contara, de manera espontánea, sin tener que preguntar nada.

Como Demetrio no le tocó el tema, fue a visitar a José quien al verlo se puso muy contento y lo invitó a ver a Bolívar. ¡¿A Bolívar?

Bolívar estaba en la galería de su casa con la misma sonrisa de siempre, aunque diez años más vieja.

Tomás le dio el abrazo más fuerte que podía. Nunca pensó que abrazar un muerto fuese tan agradable.

La vecina regó por el vecindario que Tomás había vuelto loco, porque cada vez que le preguntaba que a dónde iba, él le respondía que “a hablar con un muerto”.

5. Cómo desapareció el hijo de Ociuq

Las garzas volaban cerca de las vacas, la cuyaya y el carpintero hacían su ruta programada de manera puntual sobre el pino y el cocotero decocotao. Los perros veían con extrañeza los movimientos de Chucho. Todos sabían que se iba.

Hacía 30 años que Chucho le cuidaba la casa a Ailen la hija de Seíto que se casó con Ociuq porque no había nadie más con quien casarse. Pero ella sabía que su destino era el norte como se lo prometió Fausto, el hijo de Emiliano Vásquez cuando se encargó del almacén de café.

La nueva casa de Ailen sería su refugio final “pa’ cuando voiviera”. Y así derrumbó la de ella y la pulpería donde se había quedado su hermana Maigó con su niñita Rosa Maigarita, la hija de Panchán, el que mataron en la gallera.

La “mansión del retorno “quedó casi lista y solo le faltaba el pañete, piso, puertas y ventanas. Ailen dejó a Chucho para cuidarla y le prometió que le enviaría “un dinerito de vez en cuando” lo que nunca ocurrió.

La vejez de Ailen le dio el temor de no tener la medicina y el cuidado que le daba el país extranjero y por eso nunca volvió. Ociuq se acercaba a los 90 y ya no sabía si estaba vivo o su alma soñaba con él.

¿Cuántas invasiones impidió Chucho cuidando aquella pocilga?

El hijo de Ociuq vino a desalojar a Chucho, crecido, como el que adquiere una fortuna sin haberla ganado.

Aparte de amenazarlo le ofreció 10 mil pesos para que la demoliera y botara los escombros.

Chucho, hombre de campo, trabajador y honesto fue chantajeado como invasor de terreno.

Los 10,950 días que vivió en la barraca de suelo de tierra o en las “ruinas de Ailen” como ya se le conocía, se prolongarían unos más a puro mandarriazos cuando “aceptó” el chantaje.

Esos primeros días de demolición lo dedicó Chucho a hacer un hoyo en el techo. Como el hijo de Ociuq veía que el derrumbe tardaba, se presentó un día a la casa, entró, miró hacia el hoyo del techo y llamó. De repente se precipitó un block que le cayó en la cabeza y lo tumbó. Chucho bajó y con pequeños golpes a las columnas, que ya habían sido debilitadas al mínimo, logró que todo el techo se desplomara enterrando al visitante y heredero en una montaña de escombros.

Así no Mañengo, así no.

Chucho se fue y 30 años después, los escombros seguían tal y como habían quedado aquel lluvioso día de diciembre del año 2021.

La desaparición del hijo de Ociuq ha sido uno de los miles de caso sin resolver por la Policía porque el día en que se le derrumbó el techo, él dejó su jeepeta con la llave puesta, lo que aprovechó alguien para robarla esa misma noche y con ello desaparecería la pista más importante.

José Antonio Capellán veía las garzas volar cerca de las vacas, las cuyayas y el carpintero no habían cambiado su rutina biológica y los perros sabían que él había alimentado a sus ancestros.

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