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En parte cardinal, el filme se inspira en los acontecimientos que tienen lugar en el verano de 2012, cuando el Papa Benedicto XVI celebra el séptimo año de su pontificado. En reminiscencias más cercanas, la historia se remonta a abril de 2005: el funeral de Juan Pablo II y el cónclave; luego cae en la renuncia del Papa en febrero de 2013, un hecho que tiene precedentes en la Iglesia católica cuando Gregorio XII renunció a inicios del siglo XV, momento histórico en que el Medioevo inicia su fin, y que supuso en Europa la sustitución del modelo de producción esclavista al de producción feudal, la descentralización romana y su cultura clásica.

Si hacemos cotejos, el siglo XXI es de afianzamiento de regímenes socialistas y nuevas relaciones de producción capitalista, que se traducen en la desaparición del mundo unipolar. Por estos cambios y mutaciones es que la Iglesia católica viene desarrollando su maniobra de renovación ideológica, promueve o corrige la maltrecha imagen del catolicismo —tan seriamente ligado a siglos de apocalíptico coloniaje y desaparición de culturas y pueblos enteros, y que hoy emulan sectores dichos evangélicos—.

Según la sinopsis: “Explora la relación entre el papa Benedicto y el papa Francisco, que abordan sus propios pasados y las demandas del mundo moderno para que la institución avance”. Y lo hace valiéndose de una narrativa que construye un confesionario ante nuestros ojos y hace su mea culpa sagaz y verosímil, puesto que convierte todos estos acontecimientos con la renuncia papal en un recado directo al imaginario popular, debido a que es ahí donde reside su fuerza ideológica y moral, que son las únicas armas que no tiene explícitamente percibidas cualquier otra religión moderna: confiesa sus pecados, hace admisión de su naturaleza dañina y al mismo tiempo nos recuerda su buena voluntad de hacer una compensación por esa ‘naturaleza dañina’ -¡Política de altísimo nivel!-.

El filme tiene un juego dialéctico entre los personajes centrales, con una larga secuencia de ping pong dramático, en la que conocemos intenciones, penitencias y memorias de quehaceres sacerdotales reprochables. Puntualiza con fuerza una de las líneas del papa Francisco: su compromiso de racionalizar la conducta de los bancos, pues entiende que estas entidades financieras luchan a muerte para que los desregulen —es conocida su puja por limpiar las finanzas propias del Banco del Vaticano y levantar el secreto bancario—. Anthony Hopkins (Benedicto XVI) y Jonathan Pryce (cardenal Jorge Bergoglio y Francisco) son la piedra angular que gestiona y administra todo lo relativo a la historia.

HHHH Género: Drama religioso. Duración: 126 minutos

Posted in Crítica Cine

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