El papá policía comparte momentos con su hijo Luis –se llevan bien– en paseos de bicicleta y juegos digitales en el hogar. Un hecho fortuito los extravía llevándoles en una vorágine a un desenlace trágico. Dicho así parece interesante y dan ganas de ver, pero desanima, el desarrollo de la trama es colmado de “deus ex machina”, revirtiéndola en un cliché. Ocurre porque no hay entrelazamiento de sentimientos contrapuestos de amor y odio donde se crucen instantes de entendimiento con otros de deterioro total de esa empatía que suele unir a padres e hijos (aunque es obvio que lo intentaron). Ambos personajes son de generaciones y de ambientes marcadamente diferentes, eso es tácito, y ahí terminan la diferencias, lo que sigue es una espiral de egos afectados descritos en claves estereotipadas (cliché). Decía Hitchcock: “Vale más partir del cliché que caer en él”, y es uno de los factores que boicotean el final convulso y trágico de la historia con un padre terriblemente impactado que, sin embargo, no impacta a la platea del mismo modo. El cine dominicano suele incurrir y remachar en el mismo desajuste, como igual la mayoría de las películas extranjeras: el personaje sufre pero no transmite ese sufrimiento, no te deja encrespado. Y eso es muy difícil de manejar, para algunos casi imposible como el caso, tomando en cuenta que no se trata de unos realizadores ni actores aficionados (o quizás sí apasionados del cine pero rezagados en sus propuestas dramáticas). Tal vez si se hubiese echado manos de la ´ironía dramática´ el resultado hubiese sido diferente (lo edité imaginativamente y da resultados que engrifan). Algunas escenas conspiran en contra de la historia –que luce intimista– como las de fiestas y bebedera, o aquella de tiros con el coronel a lo Batman ayudando a sus pares contra bandidos. Si usted quita todo eso –sin querer decirle al Padre como dar la misa– y se queda apenas con aquellas escenas de familia entonces empieza uno a rememorar la propia vida de padre. Pero en la cabeza de sus realizadores era un drama de acción con toques de tragedia apoyado en experiencias personales, con todos los recursos técnicos apropiados y buen presupuesto. Falla la idea y el guión en una historia de crisis familiar. Las actuaciones resultan estereotipadas (caretas y diálogos salados y escuálidos) porque los personajes trajinan como fantasmas. Por ende, cualquier reflexión jamás llega y el filme pasa sin penas ni glorias. Es que donde no hay penas… no hay gloria.

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