Ver a Harold dibujando, y sobre todo dibujando y bromeando a la vez, era un espectáculo, no sólo por la habilidad y facilidad con que creaba con unos pocos trazos las figuras y el ambiente del guión ilustrado de la campaña —el llamado storyboard—, sino también por la pose teatral que asumía. Siempre quiso ser un poco excéntrico y parecerse a Dalí en ciertos aspectos, únicamente en ciertos aspectos. Dalí era un pintor al que admiraba y consideraba superior a Picasso. Además Picasso era comunista.

Al cabo de una hora el storyboard estaba terminado y al departamento de creatividad empezaron a llegar poco a poco los artes de prensa de la campaña de Sanadol: punto final al dolor.

Leer y corregir los bocetos y los anuncios o artes de prensa era parte del trabajo del departamento de creatividad. Los dibujantes publicitarios de la compañía no tenían muy buenas relaciones con la ortografía y en cualquier momento de descuido podían escribir cajón con “g”. Teníamos que ser minuciosos en materia de corrección, en especial cuando se trataba de artes de prensa que salían a altas horas de la noche para los periódicos. En una ocasión cierta Sociedad Industrial se convirtió en Suciedad Industrial y el gazapo fue descubierto agazapado —en medio de un bloque de texto que pasaba casi desapercibido— en el momento en que el arte de prensa estaba a punto de caer en manos del mensajero que partiría raudo a distribuirlo en todos los diarios de la ciudad. Yo tenía la costumbre de leer los textos en voz alta y al revés, comenzando por la última palabra, para que no se me escaparan los errores, pero aún así se colaban algunos, y los errores de los publicistas salen en los diarios, como reza el refrán. Los médicos —según se dice y se sabe— mandan sus errores al cementerio, los abogados los mandan a la cárcel y los publicistas a los diarios.

A eso de las tres de la madrugada la campaña estaba casi lista y estábamos cansados, la creativa colombiana tenía una carita somnolienta y dulce, acontecida y poética, que hacía juego con su indumentaria, al creativo catalán se le había descolgado un poco la nariz y yo estaba achispado, pero el deber había sido cumplido y al día siguiente presentaríamos de alguna manera y muertos de sueño la dichosa campaña de Sanadol: punto final al dolor. La campaña de la escoba…

Eran las diez y media de la mañana cuando se presentó al departamento de creatividad el flamante señor director del departamento de producción, un tipo eléctrico, incansable, acelerado, simpático en extremo, que respondía al nombre de Víctor Fernández. Muchos decían que tenía dañado el suiche de Off porque no se apagaba nunca. Sólo estaba prendido o acelerado, en el mejor sentido de las palabras, siempre dispuesto al trabajo. Su presencia indicaba que ya se anticipaba a los hechos, que venía a familiarizarse con una campaña que no había sido presentada ni aprobada. Pero en la mente de Víctor todo estaba claro. La campaña era un hecho y necesitaba calcular los costos y planificar los detalles, elegir la locación, el casting, entenderse con el productor de audiovisuales y los clientes y luego amanecer en claro dos o tres veces seguidas para filmar un comercial de apenas treinta segundos o un minuto en el mejor de los casos.

Ese día Víctor estaba tan entusiasmado con el nuevo proyecto que no se cansaba de hacer preguntas, desbordaba de un entusiasmo visceral y no daba señas de quererse ir, pero nosotros teníamos el agua al cuello con otros asuntos y al cabo de un cierto tiempo me decidí a canalizar su energía vital hacia otros rumbos, pero de una manera educada y diplomáticamente correcta. Me asomé al departamento de arte y le pedí a Harold discretamente que me llamara por teléfono. Cuando el timbre sonó esperé unos segundos, descolgué el auricular, pronuncié unas palabras en el tono más serio y afectado, colgué el aparato y le comuniqué al señor Fernández que el licenciado presidente lo solicitaba en su despacho con cierto carácter de urgencia y el señor Fernández salió como un bólido, chirriando como quien dice las gomas por la velocidad. Pero no habían pasado diez minutos cuando ya estaba de regreso, haciendo gala de su buen humor, riéndose, celebrando la broma que le habíamos hecho y haciéndole coro a las risotadas de todos los miembros de los departamentos de arte y creatividad. Después se marchó cómo había venido, a toda velocidad. El consumo energético de Víctor se podía comparar con el de un vehículo de ocho cilindros.

El licenciado presidente llamó al poco tiempo al departamento de creatividad para averiguar de donde había salido el mensaje que recibió el señor Fernández, pero ninguno de nosotros teníamos la menor idea, y el mismo Fernandez se había mostrado inseguro cuando se lo preguntó, dijo que podía haberse confundido, que alguien lo había notificado al pasar a su lado. No lo tenía claro. El creativo catalán sugirió que a lo mejor el equívoco provenía del despacho del licenciado Biglietti y al poco rato recibimos la llamada del licenciado Biglietti preguntando que de donde provenía semejante infundio, pero ninguno de nosotros tenía la menor idea. Después se presentó personalmente en el despacho, pero aún así las ideas no se aclararon y todo quedó un poco en el aire. Mientras discutíamos el engorroso asunto, Harold Priego me llamó por teléfono para sugerirme que le dijera al licenciado Biglietti lo mismo que le había dicho a Víctor Fernández…

La cuestión es que a partir de ese día, cuando estábamos ocupados y queríamos despedir cortésmente a cualquier visitante apenas teníamos que decirle que el licenciado presidente solicitaba su presencia.

En fin, que el asunto parecía ir bien hasta que el licenciado presidente llamó al creativo catalán y le dio la triste noticia. De inmediato llamó el licenciado Biglietti a dar la misma triste noticia y finalmente se apareció el ejecutivo jumbo con la misma triste noticia entre los labios. Nada inusual. El cliente no vendría a la hora señalada. La presentación de la campaña se suspendía hasta nueva orden.

En el departamento de arte acogieron con indignación la noticia. Un sincero sentido de malestar invadió la agencia. Todos estábamos dolidos y molestos. Hasta la dulce colombiana dijo una cosa fea en colombiano. En cambio el creativo catalán pareció resignarse. Se limitó un poco a mascullar entre dientes, primero en catalán y después en dominicano, algo sobre la leche y los publicistas y no sé qué de las putas.

Poco a fue se fue enervando, irritando, volvió a decir cosas sobre la leche y lo que hacía sobre la leche, y finalmente algo así como que el trabajo de los publicistas y el de las putas tenían en cierto sentido —solamente en cierto sentido más o menos figurado—, ciertas cosas confusamente en común. En realidad no se entendía bien lo que decía, como si estuviera delirando…

—A cualquier hora, por el mismo lado, por el mismo precio…
Luego añadió, a manera de complemento y visiblemente menos dueño de sí mismo, otras diabluras que no viene al caso transcribir, y además ya no se sabía si estaba hablando en español o en catalán o en catañol…

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