Muchas sociedades con fines diferentes se fundaron desde 1859, como la Logia No. 5 de la calle del Vidrio y La Caridad

Desde los inicios de la ciudad, cuando Samuel Hazard la dibujó en 1873, Santiago ha tenido una reputación de ciudad limpia y ordenada, aunque lo de viril no le pegue porque siempre ha habido más mujeres que hombres en todos los sentidos, si no, pregúntenselo a Ercilia.

De los andaluces heredamos el idioma que aplatanamos apota con una i que ha sido característica como marca país de la República del Cibao y que hoy causa gracia y nadie esconde, pero que antes daba vergüenza “poique eso era un hablai de gente incuita y campesina”. Una de las peores cosas de la herencia fue la división marcada en la población entre quienes trabajaban y quienes se beneficiaban del trabajo de otros, del dueño de finca y el peón, del maltrato y discriminación. Es importante analizar este aspecto para poder entender la historia del Centro de Recreo enclavado en el mismo corazón de la ciudad.

No eran las “familias más distinguidas” de Santiago como se quiere seguir diciendo para conservar esa supremacía de abolengo vacío y méritos no ganados. Había en Santiago docenas de familias mucho más distinguidas que las que se reunían en el Centro de Recreo, familias trabajadoras, honestas y solidarias que por ser pobre o negra “no cabían” allí. Muchas de esas familias distinguidas fueron los Persia de la Cucurullo que se ganaban la vida con la ebanistería; los Minaya que tuvieron dos mártires fusilados en las lomas por la guardia trujillista; los Veras en cuyo seno había, y sigue de pie, un abogado que defendía a los que a Balaguer incomodaba; los Perozo perseguidos desde que eran simpatizantes de Horacio; Los Jiménez Rojas, etc. que no tuvieron que ser miembros del Centro para distinguirse en su honorabilidad.

Tampoco es cierto que fuese “el epicentro de la pequeña burguesía”, era un espacio de la burguesía porque en esa época la división social estaba muy bien marcada entre pobres y ricos. Los términos medios los ocupaban los empleados del tren burocrático de Trujillo entre “oficinistas”, vendedores de tienda con corbata, guardias, policías y maestros que no se les permitía entrar al Centro. A Trujillo mismo lo aceptaron en sus inicios como “miembro transeúnte” pero cuando consolidó el poder los actos de adulonería serían realizados en sus salones como ocurrió con todos los clubes. El de Tamboril, de Club Casino Primavera pasó a llamarse Club Presidente Trujillo. Trujillo según Bosch, en su “Composición Social Dominicana”, se convirtió en un burgués al término de su primer mandato en 1934.

En efecto, los habitantes decimonónicos se inventaron crear espacios para pasar el ocio, la vagancia y la diversión, lo que era casi imprescindible, y ocurrió en casi todas las ciudades. El de Tamboril era un mini centro.

Muchas sociedades con fines diferentes se fundaron desde 1859, como la Logia No. 5 de la calle del Vidrio, “La Caridad”, “Los Amantes de la Luz”, “La Liga de la Paz”, “Los amigos del Adelanto”, “Arte y Oficio Alianza Cibaeña” y otras, antes de que se formara El Centro de Recreo en 1894. “Los Hijos del Recreo” y “El recreo Santiagués” existieron como preámbulo.

El principal ideólogo fue Enrique Deschamps, hermano de Eugenio que diez años antes había abierto la Alianza en la calle Traslamar y donde está hoy como una biblioteca con libros de museos y con una subvención de chiquero de tres chivos. Enrique se dio a conocer diez años más tarde de la fundación del Centro como una bocina de la dictadura de Mon Cáceres cuando se le encargó su “Historia de la República Dominicana” con un inventario fácil, provincia por provincia, porque la ciudad de Santiago contaba menos de diez mil almas.

Agustín Bonilla fue su primer presidente cuando el Centro ocupó el espacio del Hotel Central frente a la Plaza de armas y hoy Parque Duarte. La ubicación exacta era la esquina de las Rosas con Sebastián donde hoy hay un solar-parqueo en la 16 de Agosto con 30 de Marzo. Esa es la esquina donde estuvo el Restaurant Yaque que ya para finales del siglo XlX contaba con teléfono cuyo número era el 286, pero no llame, que siempre está ocupado.

En ese viejo local se recibió a José Martí en su tercer viaje al país el 15 de febrero 1895 cuando vino con su alto espíritu libertario buscando, para sus mambises, la solidaridad del gobierno de Ulises Heureaux y del general Máximo Gómez que vivía en la misma casona de Montecristi que hoy nos recuerda su encuentro memorable. La visita de Hostos el 15 de agosto de 1900 fue al Club de Damas presidido por Doña Trina de Moya, pero la celebración se hizo en el Club Santiago.

El localcito del Café Yaque empezó a quedarle chiquito de manera que se iniciaron las gestiones de recaudación para construir otro local. El 20 de marzo de 1901 el maestro Paco Fernández, con la seguridad de 5,380 pesos oro y un equipo de obreros, empezó las excavaciones de las zanjas de la zapata en un solar que estaba casi enfrente, del otro lado de la Plaza de Armas o Parque Central, entre la Casa Consistorial y la dulcería de Antonio Pichardo y Cecilia Escoto que aun sigue de pie y aunque pertenece al Ministerio de Cultura, sigue invadida por los vendedores de Celulares desde la época del mondonguerismo cultural cuya asociación los convirtió en cómplices de su actual arrabalización.

El 15 de agosto de 1902 un baile “a to’ lo que da” inauguraba el nuevo local con una galería en todo el frente a una altura de un metro del suelo, donde los señoritos, con sombrero canotier, chalequito a lo Chaplin, bastón de lujo, y saquito confeccionado desde las revistas ilustradas de París, piropeaban a todo lo que pasara por el frente con aspecto femenino. Los viciosos del billar se quedaban adentro tratando de darle con el taco a las bolas que se hacían doble desde la visión vitaminada del ron Beltrán.

Hizo historia el viejo Centro de Recreo porque fue allí donde se iniciaron las proyecciones de películas de la era muda cuando el pintor Juan Bautista Gómez, con su Teatro Colón, pasó más de un año pasándolas en lo que se iniciara el local definitivo a mitad de cuadra en la 30 de Marzo por donde hay hoy una entrada a la Sirena.

En Santiago, la gente se desplazaba en las únicas doce victorias, que es como les decían a los coches, aunque algunas “familia de cuaito” tenían sus propios quitrines de dos ruedas como los Batlle, Tavares, Vega y otros.

Las “posada de mala mueite”, alrededor del Mercado, albergaban a comerciantes, que, por la distancia y los aguaceros bíblicos, no podían volver a sus ranchos.

Se sabe, cronológicamente, que para 1875 el hotel y restaurante El Comercio de Ricardo O. (?) estuvo instalado en la calle El Comercio (hoy España) donde se ofrecía un buen desayuno de víveres con huevos, café con leche desde las 6 a las 8. El almuerzo se servía a las 12 meridiano en punto y una cena de mondongo con yuca o una sopa de pata de vaca estaba lista a las 6 y media de la tarde. Más que hotel era una fonda popular.

Para 1880 el señor Juan Julia abrió su Hotel Julia y para el 82 Rafael María Leyba, abrió su casino con billar en la calle Las Rosas donde los helados costaban10 cheles.

En 1895 Alejandro Ayuso compró el Julia y le puso La Unión.

El Café Parque de 1885 era administrado por su dueño, un conocido comerciante de nombre Wenceslao Guerrero, y que todos llamaban Laíto. Lo convirtió en el Hotel del Parque en el mismo año que se inauguró el primer hospital al lado de la Estación Marte (hoy bomberos).

En 1929 y con una nueva recaudación de 75 mil pesos se contrató al arquitecto Pedro A. de Castro para el diseño de un nuevo local que es el que existe hoy. Los ingenieros Louis Boegaert y otro de apellido Cordero se encargaron de asegurar la inauguración el 16 de julio de 1930. En la entrada se colocó un letrero que nadie entiende y que dice en letras cerradas, me lo dijo Champollion: CENTRO DE RECREO. Está flanqueado de dos esculturas de taínos que sostienen sobre sus hombros el techo de la entrada. Coincide el año con el inicio de la Era de Trujillo y ya Santiago contaba con el Liceo México realizado a puro “coñazo” por Ercilia Pepín y, el flautista de la Banda de Música, Alfonso Aguayo ya había abierto, con bombos y platillos el flamante Hotel Mercedes, en la esquina donde hoy se cae a pedazos para vergüenza del Ayuntamiento local ocupado en una tarea que no le corresponde: sacar los haitianos.

El nuevo Centro de Recreo fortaleció su política discriminatoria y elitista cuando los hijitos cuchi-cuchi, malos estudiantes en general, se valentonaban en sus algarabías de señoritos engreídos. El crecimiento demográfico transformó la ciudad en un gran bazar de chucherías que la moda modificó para vender pantalones de media cadera y exhibir los calzoncillos, sin la gracia de Cantinflas; chancletas de gomas, cachuchas para usarse con el pico pa’tras, relojes carabelitas desechables, celulares pipiripaos con vida útil de diez días y láminas plastificadas como sustitutas de obras de arte originales. Y ahora, sin familias, que ya habían empezado a emigrar cuando los Jardines Metropolitanos constituían un remanso de desasosiego, la población creciente enfiló hacia el este del Monumento, los cerros de Gurabo, “lo Nueva Yore” y los ocho puntos cardinales.

¿Cuál es la victoria del Centro de Recreo? La victoria, en definitiva, no son los coches que también se esfumaron porque de buenas a primera el Ayuntamiento se volvió “sensible al maltrato de los caballos”, la gran excusa para quitarlos como estorbos al carro, rey soberano de las calles. La “sensibilidad” hacia el caballo fue tan grande, que su trato fue mejor que al de los “nacionales” acosados al antojo en las olas de campañas electoreras y explotando un antiguo odio irracional y sin sentido. El marketing dice que hay que atacarlos para ganar rating y el coro de ángeles blancos aplaude, todos con corbatas.

No es tampoco aquella victoria celebrada por Trujillo con la construcción efímera e improvisada de un arco de triunfo colocado en la esquina del Sol con 30 de marzo para que Santiago entero desfilara por debajo de sus pies, humillado. Tampoco es la victoria que se celebró en 1919 con carrozas de Ford de palitos adornadas con guirnaldas para celebrar el triunfo de la Primera Guerra Mundial y, tampoco es la victoria alada de Samotracia, aquella famosa escultura que hoy se exhibe en el Louvre como si fuera propia.

El mayor triunfo, es haberlo rescatado de las ruinas y el abandono cuando un joven tamborileño lo transformó en el Restaurante Victoria que no tiene nada que ver con el primer supermercado de la ciudad de la calle La Amargura o Duvergé y donde pueden sentarse pobres y ricos siempre que puedan pagar la cuenta. Queda pendiente la memoralia para el visitante.

La remodelación de la Iglesia Mayor fue parte de un plan para crear una supuesta Plaza de la Cultura con su museo ecuménico y apoderarse del Centro de Recreo, el Palacio Consistorial, la esquina de Kókette y la casita de Antonio Pichardo con el apoyo de religiosos, políticos, comerciantes e historiadores que han justificado la pertenencias de bienes a limbos que le niegan la propiedad a Cultura cuyos representantes también se vendieron para conveniencia de La Capital que no le ha interesado gastar un chele en el Cibao. De ahí su deterioro y el nombramiento de vergüenzas ajenas con representantes, más del mondonguerismo que de la cultura.

La ventaja de La Victoria de Capellán es que con el cierre de la calle Benito Monción desde El Sol hasta la Duvergé, El Centro se extiende y se confunde con el Parque Duarte entero para tranquilidad del visitante, aunque pasado de la una se ve pasar, elegantemente vestido de blanco, al presidente Heureaux que parsimoniosamente sale de la Iglesia Mayor, da una vuelta por el parque, entra al Palacio Consistorial y se sienta en su balcón a fumarse un buen cigarro y contemplar la luna. Claro que eso solo ocurre cuando la bebida ha sido de calidad porque con los romos baratos apenas alcanza para ver los perros que cuidan el entorno y celebran la victoria perruna de la vida.

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