Después de la victoria del Puente Duarte y la caída de la Fortaleza Ozama comenzaron a llegar noticias aciagas… El aparato represivo que el imperio había creado durante la primera intervención armada (la de 1916 a 1924), parecía que colapsaría ante el empuje de las fuerzas constitucionalistas y parecía que la rebelión cívico militar se extendería por todo el país. Sin embargo, en horas de la tarde del 28 de abril empezaron a desembarcar los primeros marines en el puerto de Haina. Un segundo desembarco se produjo después en la base de San Isidro y con el correr de los días el número de integrantes de la fuerza de ocupación se contaba por miles. Se anunció de inmediato que venían a salvar vidas.

Los salvadores sustituyeron en parte a las acobardadas milicias criollas, tomaron la cabecera oeste del puente Duarte y tomaron el estratégico edificio de Molinos Dominicanos, desde el cual se dominaba y se domina toda la Ciudad Colonial y sus alrededores, y crearon un corredor para dividir la ciudad y dividir nuestras fuerzas, establecieron una llamada Zona Internacional para proteger la embajada, ocuparon el hotel Embajador y de repente, casi de repente, el paisaje marítimo se pobló de acorazados y un portaviones. El control de los medios de prensa, la censura periodística o la eliminación pura y simple de la disidencia y la poderosa arma de la mentira, formarían por igual parte del cerco por aire, mar y tierra al que nos veríamos sometidos.

Los enfrentamientos entre las tropas invasoras y los constitucionalistas no tardarían en producirse. Cuatro o cinco marines murieron el primer día y otros resultaron heridos. Pero a la larga se impuso el poder de fuego del imperio y a partir de los bombardeos y el avance de sus tropas durante los días días 15 y 16 de junio terminamos cercados en la ciudad amurallada y sus alrededores.

Desde la llegada de las tropas de intervención los constitucionalistas se organizaron en los llamados comandos de la resistencia, en los que se agrupaban unos siete mil combatientes. Yo fui a parar al comando San Lázaro, bajo el mando de el Gallego y Justino del Orbe. Nicolás iría al del sindicato obrero de Poasi, junto a Roberto Cassá y Felix Frank Ayuso.

Resistir fue lo que se hizo desde el primer momento y desde que se entablaron las desiguales negociaciones entre el mando constitucionalista y una comisión de la OEA al servicio del imperio. Era un poco el juego del gato y del ratón. La comisión negociaba una rendición en términos humillantes y el mando constitucionalista negociaba un acuerdo en términos de dignidad.

Casi siempre, cuando se retiraba la comisión sin haber obtenido la respuesta que se esperaba, las fuerzas del imperio nos castigaban religiosamente con lluvia de morteros, fuego de cañones y ametralladoras, a veces un pase de feria de helicópteros artillados y certeros disparos de francotiradores desde el imponente edificio de Molinos Dominicanos en la margen oriental del río Ozama.

Nicolás y yo nos dividíamos entre las tareas militares y la Comisión de Cultura, que dirigía y había creado Silvano Lora. Con frecuencia me quedaba a comer y a dormir en su casa y me apegaba cada vez mas a la familia.

Un día, cuando me levantaba, noté que me faltaba una media y cuando me agaché a mirar bajo la cama encontré una caja con varios cartuchos de dinamita. Recuerdo como ahora que me quedé frío, que se me enfrió el pichirrí. Había suficiente explosivos para volar la casa y el hallazgo había sido providencial. Nunca pudimos explicarnos cómo llegaron a ese lugar, pero celebramos haberlos encontrado y haber podido llevarlos a lugar apropiado.

De ese acontecimiento Jacinto Pichardo es testigo. El mismo Jacinto o Jacintico que con apenas 15 años se integró en el comando haitiano, que se encontraba en el cine Independencia. Los haitianos se especializaban en reparar armas y Jacinto se convirtió en cabo armero. Ese fue su rango y su nombre de guerra. Fue el único dominicano en el comando Haitiano, llamado también comando Armería
Miguel Pichardo y los demás no tenían vocación militar. Había nacido músico. Dividía su tiempo entre el piano y multitud de lecturas diversas.

Miguel era un esotérico, un iniciado en cultos esotéricos, vivía leyendo, iniciándose en los más variados asuntos. Era un curioso, se interesaba en ciencia, ocultismo, espiritualidad, y las más variadas disciplinas. Su conversación resultaba en consecuencia muy amena y variada y éramos muchos los que admirábamos sus conocimientos. En serio y en broma, alguien le puso entonces por sobrenombre El brujo, creo que fue Alfredo Pierre. Desde entonces Miguel Pichardo se convirtió en el Brujo Pichardo.

En esa época, junto a los Pichardo, me tocó vivir el día más amargo de mi vida y de mi familia. El día que mataron a mi hermano Amadeo. El Camarón.

Amadeo había combatido con honor desde el inicio de la guerra. Estuvo por última vez en acción con el primo Antonio Isa Conde en el Comando B-3 el día en que hirieron de muerte a Jacques Viau. Él y Antonio ayudaron a llevarlo a la ambulancia, arriesgaron sus vidas muchas veces, pero Amadeo no tuvo la suerte de morir en combate. Lo mató días después una escoria, un cabrón que también estuvo a punto de matar a Jacinto y a José Pichardo.

Para peor, las malas lenguas trataron de ensuciar su memoria. Inventaron historias sobre el motivo de su muerte, chismes cobardes y sucios que algunos supuestos amigos y otros malnacidos repetían y seguían repitiendo a través de los años.

Yo me sobrepuse a la tragedia dedicándome a tiempo completo al trabajo en el Frente Cultural, tratando de ahogar el dolor y la rabia que me invadían y me invaden todavía cuando recuerdo el episodio. Mi padre, y sobre todo mi madre, no se repusieron nunca.

Después del 15 y 16 de junio, cuando el avance de las tropas yanquis redujo considerablemente la zona constitucionalista, Nicolás y yo recibimos un encargo que nos ocupó durante el resto de la contienda. Trabajar en un laboratorio para fabricar explosivos con los que pudiéramos enfrentar en condiciones más equitativas un previsible nuevo avance de las tropas del imperio. El laboratorio, para nuestra sorpresa, ya estaba montado y nunca supimos quién lo montó ni de dónde salió la abundante parafernalia: (probetas, serpentinas, matraces, pipetas, caretas protectoras, termómetros) y los varios químicos que se necesitaban. Fue algo que se realizó en secreto y solamente participamos tres personas: Nicolás y yo y un ingeniero químico del 1J4 al que le faltaba un dedo de la mano izquierda. Lo había perdido al manipular la espoleta de una granada y pudo haber perdido la mano.

Fue el ingeniero quien nos recibió en el laboratorio, que se encontraba en alguna casa de alguna calle de Gazcue que no puedo ni quiero precisar, pero en lo adelante nos nos veríamos muy a menudo.

Concretamente se nos encargó producir una cierta cantidad de nitroglicerina, algodón pólvora y fulminato de mercurio. Lo del algodón pólvora no era problema, pero en la producción del fulminato de mercurio se liberan gases tóxicos y además inflamables. Con la nitroglicerina (un explosivo líquido y sumamente inestable) corríamos un doble riesgo. El proceso de producción artesanal es sumamente delicado y peligroso y su almacenamiento y manejo más peligrosos aún, casi suicida. Para peor, los gases vasodilatadores que se liberan producen un dolor de cabeza del otro mundo.

La elaboración (a base de ácido sulfúrico, ácido nítrico y glicerina y mucho hielo) es, en teoría, relativamente sencilla, pero hay que mantener en todo momento la temperatura a menos de 42 grados, sin dejar de agitar continuamente la mezcla para que no se produzca una explosión. Sin embargo, a medida en que realizábamos el procedimiento, el control de la temperatura se nos hacía más difícil. Los ácidos parecían tener vida propia y cuando empezaban a borbotear había que refugiarse en la habitación contigua, esperar que pasara el dolor de cabeza y empezar de nuevo.

Un mal día, cuando creíamos que estábamos a punto de tener éxito, la temperatura se disparó al improviso y apenas nos dio tiempo a quitarnos del medio. En la habitación contigua escuchamos algo que no pareció una explosión, pero fue sin duda un desastre, algo que rompió todo y arruinó el laboratorio y pudo habernos dado un buen baño de ácido…

Después pasaron otras cosas que prefiero no contar y pasó el tiempo…, la vida siguió su curso. Yo me dediqué a la docencia y Nicolás a las artes gráficas y a través del tiempo mantuvimos viva nuestra relación y nos veíamos de vez en cuando. A sus 85 años venía a pie a visitarme desde su casa en ciudad nueva a la mía en las cercanías de la UASD. Siempre fue inquieto y activo… Hasta que el corazón le falló en casa de su hija el pasado 23 de marzo… No puedo decir que haya sido el fin de una amistad, porque siento que la nuestra aún perdura.

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