En los años 70, los calieses reciclados de la tiranía, parecían robots. Todos los que se escondieron salieron a la luz como serpientes, se calentaron y volvieron a sus andadas, incluyendo uno que conocí que vivía en una casita invisible, detrás de la pulpería de “El Pinto”, al lado de Pucha la de José Ramón, en el corazón de Guazumal. Allí, aquel señor asustadizo solo se calmaba con las rancheras que Simón Lizardo, con abundantes pastillas, le cantaba, sin soltar ni un solo gallo.
Ese se fue “a lo paíse”, pero el resto le sirvió a “la democracia”, como resonaba en los raditos de pila en los conucos de la recua de campesinos que luego abandonaron el campo, un trueque de sus burros por Honda 50, y, en cualquier caravana se mataban por el Dotol.
El Gobierno de Bosch no cabía en ningún cuartel del país y menos en un cerebro de cualquier mime.
A muchos jóvenes se le subió el Duarte a la cabeza, el Sánchez, el Manolo, sin importarles que los llamaran inexpertos, incapaces, temerarios, aventureros, ingenuos y menos, “comunistas”, un titulito extranjero, muy chulo, que fue fabricado en FRÍO y que enmascaraba la valentía, el coraje, patriotismo y desinterés personal. Ni siquiera los del PRD, en su versión light o universitaria, se igualaban a aquellos “locos bajitos”. Peor aun, después de gritar tantas consignas huecas “mardito Balaguer…”, terminaron en sus filas. Aquella juventud arriesgó su vida y tantas veces fue el costo del riesgo.
¿Dónde estaba la otra parte de la juventud y población? Jugando dominó, pelota, bebiendo ron, hablando plepla en una esquina donde tiraban piropos ofensivos y acosadores, fumando en las discotecas recién traídas desde Nueva York y, “no metiéndose en política” como le decían los padres a cada hijo que mandaban a la Capital. Y Orlando fue uno de esos jóvenes, con mucho talento y sobre todo con una honestidad que apuntaba con el dedo índice y que también disparaba, que se hizo el sordo.
Moya Pons dice que Orlando dejó la izquierda para dedicarse a la “crítica” que el periodismo le ofrecía. Narciso aclara que Orlando militó desde el 63 hasta su muerte.
Lo cierto es que para Orlando ser de izquierda “era defender lo justo” tal y como lo dijo Paulo Freire en una conferencia en el Alma Mater de la UASD o como lo repetía el cura Camilo Torres.
Orlando, por tanto, nunca dejó de ser justo, como leíamos en su columna MICROSCOPIO cuando comprábamos El Nacional en la paletera de Juan, en la calle Restauración con 30 de Marzo, en Santiago.
O como lo decía en sus reportajes de la revista ¡Ahora!
Pero Orlando no es solo el periodista incómodo que pedía que montaran a todos los calieses y vagos corruptos en un cohete a la Luna. Esos mismos corruptos que nos persiguen como la maldición de la momia.
Aquella GRAN DEMOCRACIA era muy extraña porque se ejercía por más de 20 años sin permitir a ningún partido hacer política. Era una Democracia como de cuento, como aquel que hizo Vargas Llosa y que parecía una obra de teatro en la que metían, en el hueco del soplador (cajón del apuntador), al Gordo Cuello. La obra se situaba en plena época de Concho Primo y se confundían los matones modernos con los de Pedro Santana, los de Báez, los de Lilís… todos ACENTUADOS con una tilde de plomo, por más que rezaran su ROSARIO.
El 17 de marzo del 75, no era un Datsun 1200 que perseguía el Lancia azul de Orlando, era Gengis Kan, Atila, con una horda indomable, con la presencia de Perico Pepín, Desiderio Arias, La Guardia de Mon, Luis Tejera, Pechito, Gaspar Polanco, Ramirito, “el chivo Manuel” disfrazado de restaurador, Macorís y su banda colorá, los torturadores de La 40, los calieses de siempre.
El peligro de Orlando era la antorcha, que no jacho, era su pluma afilada y al rojo vivo, era la buena palabra en las nuevas canciones que oía, era su enchinchamiento para hacer aquella maldita semana de 7 días, con sus noches, con el pueblo, y que retumbaba en el continente con un eco que llegaba a Europa.
A las hormigas de ayer y de hoy, con sus ombligo de tetera, su recuerdo le sabe a retama como le supo a tantos que probaron la cicuta. “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” que se ha traducido como “Soy hombre, nada humano me es ajeno”, o me es indiferente.
Nunca tuvimos cantantes que dijeran algo interesante pensado en la vida misma, aparte de las amarguras, resentimientos, desplantes machistas y cursilerías. Ese canto de los 7 días, rompió con las mercochas empalagosas de aquellas semanas aniversarias petánicas. Esto era mas que un canto, “vamos salvadoreños, que no hay pájaro pequeño…” decían los Guaraguaos y volvían con “las casas de cartón” ¿de Guachupita, de Borojol, del Maco? “Vamos subiendo la cuesta…” Y esa es la verdadera razón de su condena: El Arte, el Canto Alegre, el despertar. No fue la propuesta de montar a calieses, vagos corruptos y diablos en un cohete a la Luna.
La Cultura ha sido siempre mas contundente que las guerras. La oscuridad le teme más a un creador que a un matón.
Por la época, se entiende, pero no se justifica nunca, que había que eliminar a todo el que se interpusiera a los “planes” de dominio total. Ese era el método, el de siempre, que todavía servía de vestido a la señora Historia y que no tiene que ver con la Democracia.
Por eso Orlando siempre estará en la Historia , del lado de la Ética, aunque Yo, Lázaro Gómez Borbón, lo libere de pecado.
Ningún dictador fue derrocado democráticamente, pero “errare humanum est”.
¿Y la visita misteriosa a E.? Búsquela en la página en blanco de los tres tomos de MICROSCOPIO.